4° domingo después de Pentecostés, 11° en el año
(3° domingo después de Trinidad)
Jesús dijo también: “Con el reino de Dios sucede como con el hombre que siembra semilla en la tierra: que lo mismo da que esté dormido o despierto, que sea de noche o de día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo”.
Marcos 4,26-27
En las palabras de Jesús, encontramos una lección profunda en la parábola del crecimiento de la semilla. Esta narración nos revela un principio fundamental en la vida espiritual: siembra la semilla y confía en la naturaleza divina del proceso.
Así como aquel que siembra debe preparar la tierra y depositar la semilla, nosotros como mensajeros de la Palabra del Señor tenemos nuestra parte en la misión. Llevamos la luz a los que la necesitan, brindamos consuelo a los quebrantados, pero aquí reside la belleza: el crecimiento, la transformación, los frutos, son encomendados al Espíritu Santo. Él, en su misteriosa obra, trabaja en los corazones y las mentes, haciendo florecer la semilla divina.
En nuestra labor, es fácil desanimarse ante la falta de resultados inmediatos, pero este pasaje nos insta a confiar en los tiempos de Dios, que son distintos a los nuestros. Debemos liberarnos de la impaciencia y entregar a Dios nuestras acciones en su nombre.
Que encontremos sabiduría y fortaleza en nuestras travesías espirituales, sembrando la Palabra de Dios en diversos terrenos. Sigamos adelante con esperanza, sabiendo que el Señor y el Espíritu Santo obrarán milagros en los corazones que toquemos. Amén.
Dario Dorsch