Pascua de Resurrección

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

Lucas 24,5

Sí, voy a morir. La muerte es un absoluto. La muerte, aunque no nos gusta, hace que nuestra vida tenga su irreductible valor nominal. No ser eternos nos apremia. Valoramos la vida porque no es eterna.
La muerte nos confronta con nuestros presupuestos existenciales. La muerte nos saca de nuestras cómodas y tibias (¿in?)-seguridades. La muerte nos arranca nuestras mil máscaras vanas. La muerte nos remueve todas las prótesis con las cuales poblamos nuestra alma y nuestro espíritu. Con la muerte se terminan las hipocresías, las escusas, miserias y relativismos. En fin, la muerte, sin ningún tipo de inhibición, deja completamente al desnudo lo que verdaderamente somos, sin caretas, sin aditivos. Y, en este sentido, tal vez este es el mejor servicio que nos presta la muerte: prepararnos para el encuentro, cara a cara, con Dios.
Morir no puede ser nunca relativizado. Sin embargo, muchos viven su vida como una pequeña muerte. Muchos viven como si nunca fueran a morir. Otros mueren sin haber vivido. Muchos viven llenos de muerte. Otros mueren llenos de vida…
Lo cierto es que amo la vida. Y, porque amo la vida, me he amigado con la muerte. No me preocupa la muerte, tengo en mi horizonte al dador de la vida: ¡sé en quién he creído! La muerte, tan solo, conduce a más vida, a la vida eterna.
Si he vivido toda mi vida como la más hermosa de todas las siembras, ¿porque tener miedo cuando me llegue el gran día de la cosecha?
Si nuestra esperanza en Cristo solamente vale para esta vida, somos los más desdichados de todos. (1 Corintios 15,19)

Sergio A. Schmidt

Salmo 118,1-2.14-24; Isaías 65,17-25 o Hechos 10,34-43; 1 Corintios 15,19-26; Lucas 24,1-12 Agenda Evangélica: Salmo 118,14-24; 1 Samuel 2,1-8a; 1 Corintios 15,1-11; Marcos 16,1-8 (P)

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