No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
Mateo 18,21-35
Me acuerdo cuando éramos chicos y en la escuela había una pelea, un enojo, la maestra llamaba a los involucrados, hacía pedir perdón, dar un abrazo, tomarse de la mano y esto parecía terminar con el problema. Las cosas se hablaban, aclaraban y perdonaban, al menos eso parecía.
A medida que vamos creciendo, y los tiempos y las formas de lastimarnos van variando, uno tiene la posibilidad de pensar sobre las acciones y como cada acto genera una consecuencia, o expresado de otra forma: sobre cómo nos podemos hacer cargo, o no, de las consecuencias de nuestros actos. Y sin duda, esto tiene mucho que ver con lo que Jesús plantea a sus discípulos, tras la pregunta de Pedro.
La palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre el perdón. Con insistencia Jesús recupera el sentido de perdonar innumerables veces, propone trabajar y cambia la lógica del Antiguo Testamente, que obraba con venganza por una nueva realidad basada en el deber del perdón. Así es, Jesús nos invita a perdonar. ¡Cuánto nos cuesta! Ya no somos aquellos niños/@s que arreglábamos las diferencias con un “perdóname”, un “te perdono” y un abrazo. Y ni que hablar de perdonar siempre…muchas veces llenamos nuestros sentimientos de rencor, de dolor, de destrucción.
Jesús construye de otra forma, nos abraza con su gracia mostrándonos que perdonar es permitirnos reconstruir, es elegir, es decidir continuar desde la construcción, desde el amor. Perdonar es vivir libres, soltar lo que nos ata y darnos y ofrecer el perdón como una verdadera oportunidad. ¡Qué con su gracia Dios nos alumbre en este andar!
Marisa Andrea Hunzicker