3°domingo de Pascua (Misericordias Domini)

Miren cuánto nos ama Dios el Padre que se nos puede llamar hijos de Dios y lo somos.

1 Juan 3,1

Tengo dos hijos. Tenemos. Y los quiero verdaderamente. Pero a veces me da por pensar que ese amor no es comparable al de alguien que adopta y vuelve hijo, y se vuelve padre, de quien no tiene obligación alguna. En relación a los hijos que nos han nacido tenemos naturales compromisos que asumimos libremente por amor, o nos pueden ser reclamados por ley. Quien decide adoptar y volver hijo a quien naturalmente no lo es, no tiene obligaciones que le sean reclamables hasta que él mismo se las impone. De él podría decirse lo que señala Martín Lutero en el inicio de “La libertad Cristiana”, “El cristiano es señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está sujeto a todos”. La adaptación es la expresión máxima de la obligación libremente asumida sólo por amor.

Ésa es la relación que Dios establece con nosotros como Juan lo reconoce aquí, como lo señala también el Evangelio según san Juan (1,12): “A quienes lo recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios”. El apóstol Pablo en más de una oportunidad remarca esta concepción. Dios no tiene obligaciones para con nosotros, nadie podría exigírselas, se compromete por amor, y por ese amor nos ha vuelto sus hijos. Desde ese momento y por su voluntad lo somos.

Sentirse así libremente amado nos compromete a responder de la misma manera. De ese amor libre nace la más rica de las posibilidades que es la de una vida que signifique verdadera bendición para los demás y por tanto para uno mismo. Practicar la justicia es responder a la justicia con la que hemos sido tratados. Del amor que libremente hemos recibido, también tenemos la hermosa posibilidad de dar.

Oscar Geymonat

1 Juan 3,1-7

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