Porque el reino de los cielos es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes.
Mateo 25,14-30

“Un hombre que está a punto de irse a otro país…” dice al comienzo y luego: “mucho tiempo después volvió el jefe y pidió cuentas”. Ese es el espacio de tiempo entre el momento en que Jesús subió a los cielos y el momento de su regreso. Es un tiempo donde los creyentes están en una tensión: el Reino de Dios ya está – y todavía no. Algo se inició, algo que no puede ser frenado, ni destruido, pero algo todavía pequeño como una semilla, apenas visible aquí y allá. La iglesia está en esa situación en la que el amo está ausente. Volverá, hay que esperarlo. Pero que no sea solamente una espera estéril y aburrida, donde las cosas siguen simplemente su curso. Todos hicimos alguna vez la experiencia de que una casa deshabitada se viene abajo rápidamente. No es necesario que sea activamente destruida. Con el simple hecho de que nadie se ocupe de ella, se deteriora. Por eso el amo -antes de irse- les confía el cuidado de su “casa”. Así, la espera se transforma en misión, en una espera creativa y ocupada. Eso se simboliza con la entrega de sumas de dinero. En el original se habla de que les entrega talentos. Esa palabra “talentos” nos sugiere dos cosas: por un lado era la moneda corriente en aquellos tiempos y por el otro lado es sinónimo de dones y capacidades. Entonces esto es lo primero que debemos retener de esta parábola: Les entrega toda su propiedad para que la cuiden y administren. Lo hace porque confía en ellos. Es como si Jesús dijera: Ustedes tienen todos los elementos para hacerlo bien. Les he enseñado lo que necesitan saber para manejarse en el tiempo de espera. Tomen, les entrego lo que es mío. Cuídenlo en mi sentido.

Karin Krug

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