19° domingo después de Pentecostés
Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre, sin desanimarse.
Lucas 18,1
¿Oran ustedes? Si orar es hablar con Dios, ¿creen que él nos escucha? ¿Piensan que la oración tiene alguna repercusión o influencia en la
vida real?
Muchas veces comenzamos con esas preguntas cuando trabajamos el tema de la oración con el grupo de confirmación y les pedimos que opten por una respuesta. Suele ser interesante conversar con ellos y ellas sobre su opinión. Y resulta aún más interesante cuando, durante la mañana, el grupo se vuelve creativo y desarrolla su idea sobre el significado de la oración. Ya hemos visto ventanas abiertas, un peluche come-angustias, una conexión telefónica entre Dios y la tierra o un buzón 24 horas de recolección inmediata y respuesta desconocida, solo por nombrar algunas de las obras e ideas.
En la lectura de hoy, Jesús también habla de la oración, al menos eso sugiere el primer versículo. Sin embargo, a diferencia del grupo de confirmación, el Jesús de la parábola lucana muestra convicción en el efecto de la oración: “¿Acaso Dios no hará justicia también a sus escogidos, que claman a él día y noche?” La parábola puede interpretarse como una exhortación a la oración constante y la promesa de una respuesta a la misma.
Pero hay otro aspecto, no menos importante para mí, en la parábola: la acción y el activismo de la viuda que lucha por su causa, que no se conforma con su situación marginal, sino que se pone en acción. Sus plegarias van acompañadas de su búsqueda constante de justicia. Visto de este modo, la oración y la acción van de la mano.
Lo pienso y resuena en mí una canción que conocí en mi época en ISEDET: “Por eso es que hoy tenemos esperanza, por eso es que hoy luchamos con porfía, por eso es que hoy miramos con confianza el porvenir en esta tierra mía” (Canto y Fe número 223).
Hendrik Meier