4o domingo después de Epifanía, 4o en el año
Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios.
Mateo 5,8
El corazón es la interioridad de nuestro ser y limpio aquí es igual a puro. Por esto, la persona que tiene el corazón limpio es aquella que no abriga mala intención hacia nadie. Algo mucho más fácil decirlo que hacerlo, sin dudas.
Tener el corazón limpio es no tener malas intenciones o ideas para con nadie, vivir en la benevolencia, tener una disposición positiva y favorable para todo el mundo. Es signo de transparencia, sinceridad y autenticidad, esto nos diferencia para bien del mundo que nos rodea.
¿Cuál es la promesa que se hace aquellos que se esfuerzan en ello? Ver a Dios. Esta bienaventuranza nos habla de las disposiciones interiores de la persona, que se traducen inmediatamente en la conducta, porque cada uno actúa según es por dentro. Por tanto, los que son de esta manera van a tener una experiencia directa e inmediata de Dios en su vida. Esta bienaventuranza está en consonancia con el Salmo 24,3-4, que dice: “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede permanecer en su santo templo? El que tiene las manos y la mente limpias de todo pecado…”
En el Antiguo Testamento había que ir al templo para ver a Dios y la pureza de la persona dependía de poner en práctica una serie de ritos y leyes. En el Nuevo Testamento, la condición para ver a Dios es la disposición transparente, sincera, auténtica, amorosa del corazón hacia los demás. El individuo o la comunidad que vive de esta forma tendrá una experiencia continua de Dios en su vida cotidiana.
Fabián Pagel
Salmo 15; Miqueas 6,1-8; 1 Corintios 1,18-31; Mateo 5,1-12
Agenda Evangélica: Salmo 97; Éxodo 3,1-10(11-12)13-14(15); Mateo 17,1-9; 2
Corintios 4,6-10; (P) Apocalipsis 1,9-18