3° domingo después de Epifanía, 3° en el año.

Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas judías. Anunciaba la buena noticia del reino y sanaba las enfermedades y las dolencias del pueblo.
Mateo 4, 23

Comienza Jesús su enorme tarea, se dirige a Galilea y se establece en Cafarnaún, tal como lo había profetizado Isaías.
Desde el principio, en su predicación, Jesús enfatiza la conversión a la espera del reino de los cielos. Pero también desde los inicios de su misión, invita (nos invita) a otros para llevar a cabo la tarea.
Cuando participamos en la iglesia y desarrollamos trabajos comunitarios somos invitados en forma reiterada y no siempre respondemos al llamado, por diversos motivos, como por ejemplo, por pereza, temor al compromiso, miedo a las críticas o porque nos preocupa no estar a la altura de lo que se espera de nosotros.
En el texto, cuando Jesús invita a los primeros discípulos, ellos lo siguen sin vacilar.
Por lo general, cuando recibimos una invitación, en principio nos sentimos avergonzados, no nos sentimos libres de las ataduras familiares que nos imponen o nos auto-imponemos desde lo laboral y lo social. Rara vez aceptamos la primera invitación antes analizamos los pros y contras de las responsabilidades que asumiríamos si atendemos el llamado.
Que Jesús haya encarnado en nosotros de tal manera que tengamos la fuerza y el coraje de decir ¡sí! a la invitación.
Tú has venido a la orilla,
no has buscado ni a sabios ni a ricos,
tan sólo quieres que yo te siga. (Canto y Fe N° 282)

María Teresa Rolón

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