Pero se quedaron callados, porque en el camino habían discutido quién de ellos era el más importante.
Marcos 9,34

En el camino de regreso, Jesús y sus discípulos pasaron tiempo juntos, pero una sombra de discordia y vanidad oscureció su convivencia. Mientras caminaban, se enfrascaron en una acalorada discusión sobre quién de ellos sería considerado el más importante entre todos.
Este momento de silencio y evasión tras la pregunta de Jesús revela una verdad dolorosa sobre la naturaleza humana. La búsqueda de reconocimiento y prestigio se había infiltrado en sus corazones, nublando su comprensión del significado del discipulado. La vanidad había eclipsado su capacidad para escuchar las enseñanzas de Jesús y para ver más allá de sí mismos.
Jesús reconoció el conflicto y los reunió cariñosamente. Les enseñó que la grandeza en el Reino de Dios no radica en el poder, sino en el servicio a los demás. Tomó a un niño y lo puso en medio de ellos, destacando la importancia de recibir y amar a los más vulnerables y necesitados.
En este pasaje, Jesús nos invita a examinar nuestros propios corazones y a confrontar nuestras luchas internas. ¿Cuántas veces hemos buscado el reconocimiento o la validación de otros en lugar de centrarnos en el servicio? La vanidad puede obstruir nuestra conexión con los demás y alejarnos del mensaje del Reino de Dios.
Es en el silencio de la autorreflexión donde podemos reconocer nuestras debilidades y limitaciones, y permitir que la sabiduría divina nos guíe hacia un camino de. Cuando aprendemos a escuchar y valorar a los demás, especialmente a los más pequeños y vulnerables, experimentamos una transformación en nuestras vidas y en nuestras relaciones.

Eugenio Albrecht

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