Entonces se levantó un gran temporal y las olas se lanzaban contra la barca que se iba llenando de agua.
Marcos 4,37
El versículo forma parte de uno de los pasajes más conocidos del Evangelio: «Jesús calma la tempestad», y no necesita mucha interpretación. Al leer el pasaje y el versículo 37, a partir de mi propia vida.
Ya he recorrido la mayor parte del camino, y ha habido muchas ocasiones en las que mi «barca» estuvo a punto de hundirse. Mi reacción ante la tormenta ha sido similar a la de los discípulos: angustia, pánico… y también he escuchado junto a ellos la pregunta: «¿Por qué eres tan temeroso? ¿Todavía no tienes fe?» Esto sigue ocurriendo a pesar de haber tenido la experiencia de que hay «alguien» que tiene todo bajo control.
Creo que tanto mi actitud como la de los discípulos es natural; en momentos de gran tempestad, la confianza en Dios a veces comienza a resquebrajarse.
Un pastor de una comunidad en una pequeña isla en el mar del Norte me contó: “Aquí, mucha gente depende de la pesca. Salen en sus pequeñas embarcaciones por la madrugada y regresan al atardecer. El mar del Norte a menudo es agitado, con vientos muy fuertes. Todas las familias aquí han experimentado la pérdida de maridos o hijos en el mar. A veces, los pescadores me invitan a acompañarlos en sus salidas, pero nunca aceptaría: tendría que poner toda mi confianza, absolutamente toda… en Dios… y eso es algo imposible para mí”.
La vida en la tierra no es la vida eterna, no es la vida sin dudas, sin sufrimientos y sin muerte. De la misma manera, nuestra fe a menudo es frágil, y las dudas nos rodean como nubes. ¡Y Dios lo sabe!
Hoy es domingo, una excelente ocasión para reflexionar sobre quiénes somos realmente: hijos e hijas del único Dios, un Padre que siempre está a nuestro lado, incluso y especialmente en medio de las tormentas de nuestra vida. Amén.
Reiner Kalmbach