Domingo 23 de marzo

 

3° domingo de Cuaresma

 

Así que le dijo al hombre que cuidaba el viñedo: “Mira, por tres años seguidos he venido a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala, pues; ¿para qué ha de ocupar terreno inútilmente? Pero el que cuidaba el terreno le contestó: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojarle la tierra y a echarle abono. Con eso tal vez dará fruto; y si no, ya la cortarás”.

 

Lucas 13,7-9

 

Jesús viene pidiendo arrepentimiento y relata esta parábola. Se suele decir que el cuidador del viñedo es Jesús, pero considerando la indicación del apóstol Pablo en sus cartas de seguir el ejemplo de Cristo, ¿no podría el cuidador representar a cualquiera de nosotros que reconforta y perdona a los demás? Tal vez sí, pero con limitaciones. El problema es que no siempre somos dignos de pedir arrepentimiento a otros. Además, el perdón a través de Jesús es definitivo, nos une para siempre con Dios y da frutos, mientras que nuestro perdón, aunque es muy importante, no es perfecto.
Esto se manifiesta en el clásico problema de las deudas. Le presté dinero a un amigo, quien solo me devolvió una parte y ahora dice que está en bancarrota. Creo que usó parte del dinero para darse gustos. Para no perder la amistad, lo perdono, pero me fastidia enterarme de sus gastos. Su arrepentimiento es débil y mi perdón también lo es. Situaciones similares ocurren en la familia, en el trabajo y en la política, donde el arrepentimiento y el perdón son necesarios, pero la esperanza definitiva proviene del arrepentimiento ante Dios y del perdón a través de Jesús.

 

Tomás Tetzlaff

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