Domingo 23 de octubre


20° domingo después de Pentecostés, 30° en el año

Dios, ten compasión de mí que soy pecador, pecadora.

Lucas 18,13

En Jerusalén, Jesús les enseña a los discípulos, mediante la parábola del fariseo y del cobrador de impuestos, la importancia de orar en arrepentimiento y pedir misericordia con simpleza.
Los recaudadores de impuestos eran odiados por servir al imperio romano. No recibían un salario, pero lo tomaban parte del dinero incrementando los impuestos. Los fariseos se creían muy justos y menospreciaban a toda persona.
Las personas judías iban al templo a orar tres veces al día. ¿Mas, qué agradaba a Dios, la constancia, la forma o la actitud al orar?
De pie y orando por sí mismo, el fariseo informa a Dios de todo lo malo que no hizo y se alababa por sus buenas prácticas religiosas. El cobrador de impuestos sabía que necesitaba de Dios y con la cabeza inclinada pedía perdón porque sabía que era pecador.
En la relación con Dios, la humildad en reconocer las faltas y consecuentemente, la sumisión al pedir perdón es tomado en serio por Dios. Un corazón cautivado por la misericordia divina es camino a la gracia justificadora.
Esto contrasta con ver a otras personas como pecadoras; es decir, afirmando nuestra falsa autosuficiencia porque no conecta con la gracia divina. Dios abraza a quienes la buscan conscientes de su miseria y claman por compasión.
Dios misericordioso, tú eres tierno y compasivo, paciente y puro amor. Sigue enseñándonos en el camino de la humildad a depender de ti. Amén.

Patricia Cuyatti Chávez

Salmo 84,1-7; Eclesiástico 35,12-17 o Jeremías 14,7-10.19-22; 2 Timoteo 4,6-8, 16-18; Lucas 18,9-14; Agenda Evangélica: Salmo 32,1-7; Éxodo 34,4-10; Santiago 5,13-16; Marcos 2,1-12 (P)

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