11° domingo después de Pentecostés
Un sábado Jesús se había puesto a enseñar en una sinagoga; y había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu maligno la había dejado jorobada, y no podía enderezarse para nada. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: “Mujer, ya estás libre de tu enfermedad”.
Lucas 13,10-12
Esta mujer pasó muchos años en una situación difícil y crítica. A ti y a mí también nos puede pasar que no podamos enderezarnos en la vida, que buscamos la manera, pero el tiempo pasa y todo parece seguir igual. También es cierto que el tiempo puede ayudar, aunque también puede desesperar, ya que queremos resolver las cosas lo antes posible. Lo importante es no caer, sino más bien luchar por enderezarnos, es acudir a Jesús.
Esta mujer no puede mirar hacia adelante ni al cielo, solo mira al suelo. Hay personas que no contemplan su futuro ni lo sobrenatural, constantemente dirigen su mirada hacia abajo, únicamente hacia abajo. Son personas sin esperanza que, con el tiempo, se vuelven negativas y se sumergen en su propia herida. No pueden mirar hacia adelante y no se atreven a mirar a los ojos de los demás. Por lo tanto, no miran al cielo y no comprenden cuánto los ama Dios. Quizás hoy tú y yo también estemos encorvados en la vida.
Es por eso que Jesús reprocha al Jefe de la Sinagoga: “ustedes no ven el dolor de su hermana, sino los ritos y funciones”. Hoy, tú y yo no podemos actuar de esa manera; aprendamos a ser misericordiosos y a ver las cosas desde la perspectiva del hermano que sufre. Hemos perdido la capacidad de compasión; nos aferramos a estructuras y leyes en lugar de mirar el sufrimiento del otro. Aprendamos a observar al hermano desde su dolor para poder aliviarlo y no ser hipócritas que se respaldan en leyes que solo aumentan su carga.
Daniel Enrique Frankowski