7° domingo después de Pentecostés, 17° en el año
Una vez, Jesús estaba orando en un lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, lo mismo que Juan enseñó a sus discípulos.”
Lucas 11,1
En varias oportunidades los Evangelios mencionan momentos en los que Jesús ora. En muy pocas, Getsemaní y algunas pocas más, se mencionan las palabras que su oración utiliza, si es que las utiliza. Lo que interesa más al testimonio de los Evangelios es la actitud de oración. En Marcos puede seguirse toda una secuencia de oración y toma de decisiones de Jesús. Después de un tiempo en el que busca un lugar apartado y allí pasa un tiempo orando, entonces actúa.
La oración muchas veces no es un acto de habla sino más bien de escucha. Más que dirigir un discurso a Dios la actitud genuinamente orante es la que pide conocer la voluntad de Dios, escucharla.
Más que un discurso, la oración es una actitud de vida.
¿Es posible entonces que alguien enseñe a orar? Los discípulos lo piden y Jesús responde con un texto que se transformó en el modelo de oración más allá de su generación.
El Padrenuestro significativamente comienza con el reconocimiento de la grandeza de Dios, el pedido de que venga su reino y se haga su voluntad. Somos nosotros que al orar nos disponemos en las manos de Dios, no ponemos a Dios a nuestra disposición. Y continúa incluso hablando de la actitud de oración que no es sólo repetir una fórmula.
Seguramente la respuesta de Jesús trasciende el pedido de los discípulos. Ellos piden una señal que los identifique así como tienen los seguidores de Juan.
La verdadera oración es un camino que nos conduce a una profundidad mayor a la que hemos pensado, nos lleva al tranquilizador misterio de la fe.
Oscar Geymonat
Salmo 138; Génesis 18,20-32; Colosenses 2:6-15; Lucas 11:1-13 Agenda Evangélica: Salmo 139,1-12; Isaías 43,1-7; Romanos 6,3-8(9-11) (P); Mateo 28,16-20
