22º domingo después de Pentecostés, 30° en el año
Al oír que era Jesús de Nazaret, el ciego (Bartimeo) comenzó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más todavía: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”
Marcos 10,47-49
La historia del ciego Bartimeo me recuerda a otra historia en la Biblia. Es la parábola de la viuda y el Juez (Lucas 18,1-8).
Así como la viuda reclama justicia con insistencia, al punto de resultar molesta y casi acabar con la paciencia del juez… así también el ciego, al enterarse de que es Jesús quien pasa por allí, comienza a gritar porfiadamente hasta que la multitud debió detenerse y llevarlo ante Jesús.
Historias simples que nos hacen pensar: que cuando anhelamos algo profundamente (sobre todo si la salud está en juego), debemos perseverar, insistir, exigir y hasta presionar para conseguirlo.
Cierto que la actuación del juez fue forzada y de mala gana, pero aún así le hizo justicia a la viuda.
Nuestro texto, sin embargo, nos muestra a un Jesús que no se siente importunado ni molestado; y que no es indiferente ante la necesidad. Más bien estamos ante un Jesús atento y sensible que sale al encuentro de quien recurre a él sabiendo exactamente lo que necesita.
La única condición para que nuestro reclamo, grito, pedido, sea atendido, es tener fe y ser agradecidos.
A ti venimos, Señor, en este día, sabiendo de nuestras necesidades, de nuestras luchas, de nuestros dolores y de nuestras angustias. Déjanos tener la perseverancia de Bartimeo y ser insistentes como la viuda. Que nada detenga nuestra decisión de buscarte sabiendo que en ti podemos encontrar alivio y sanidad para nuestras vidas. Amén.
Stella Maris Frizs
Marcos 10,46-52; Salmo 126; Jeremías 31,7-9; Hebreos 7,23-28; Marcos 10,46-52
Agenda Evangélica: Salmo 19,8-14; Jeremías 29,1.4-7(8-9)10-14; Efesios 6,10-17; Mateo 5,38-48; Mateo 10,34-39 (P)