11º domingo después de Pentecostés, 18º en el año
Cuídense de toda avaricia, porque la vida no depende del poseer muchas cosas.
Lucas 12,15
Muchas veces no somos conscientes de la finitud de nuestras vi-das. Como padres, a menudo sucede que en el afán de querer lo me-jor para nuestros hijos, estamos demasiado preocupados por darles cosas materiales, sobrevalorándolas, y dejamos de lado el ocuparnos de su bienestar espiritual. Lo material no los hará mejores personas, ni que sean más felices.
No privemos a nuestros hijos de saberse amados por Dios, acer-quémoslos a él, para que lo conozcan y experimenten la fe, que sean agradecidos, porque todo lo que somos y tenemos viene de Dios.
Formémoslos en valores, como el respeto por el otro, la bondad, solidaridad, la cooperación, tolerancia y comprensión, que no sean egoístas, que puedan escuchar y ayudar al prójimo, que elijan “ser buenas personas” antes que “tener muchas cosas”, a costa de lo que sea.
Que se aferren a Dios, que vivan confiados en su amor y se dejen guiar por él. Que sepan que Dios siempre está presente y nos acom-paña, tanto en nuestras alegrías como en nuestras dificultades.
Con hábitos y rituales cotidianos en el hogar, como orar en familia, entre otras cosas, ayudemos a que crezcan comproetidos con una fe viva, que moviliza y transforma nuestras vidas. Es la mejor herencia que como padres podemos dejarles a nuestros hijos.
Iris Bender
Salmo 95,1-2.6-9; Eclesiastés 1,2;2,18-26; Colosenses 3,1-11; Lucas 12,13-21; Agenda Evangélica: Romanos 9,1–8.14–16