16º domingo después de Pentecostés, 26º en el año
Este pobre quería llenarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
Lucas 16,19-21
La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, al hombre rico y a Lázaro, el pobre.
Al leer toda la parábola nos invita a: Ver al otro, y ver al otro consiste en reconocer con gratitud su valor. Y, en este sentido, Lázaro, el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. Así que la primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro.
La parábola nos muestra también a un rico que viste con un lujo exagerado y que exhibía su riqueza de manera habitual todos los días. En él, podemos ver de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: amor al dinero, la vanidad y la soberbia. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, con llagas y postrado en su humillación. Es por eso que el pecado nos ciega. Es por eso que el verdadero problema del rico, la raíz de sus males, es no prestar oído a la Palabra de Dios; esto lo llevó a no amar a Dios y despreciar al prójimo. Y es que, la Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la transformación del corazón del hombre y la mujer y orientarnos nuevamente a Dios.
De esta manera, esta parábola nos invita a renovarnos en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de transformación, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, y servir a Cristo presente en el otro.
Daniel Enrique Frankowski
Salmo 146; Amós 6,1a.4-7; 1 Timoteo 6,6-19; Lucas 16,19-31 Agenda Evangélica: Salmo 127,1-2; Génesis 2,4b-9(10-14)15(18-25); 1 Pedro 5,5b-11; Mateo 6,25-34; Gálatas 5,26–6,10 (P)