Pero ellos lo obligaron a quedarse, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde. Se está haciendo de noche”. Jesús entró, pues, para quedarse con ellos. Cuando ya estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio.
Lucas 24,29-30
Después de que Jesús murió en la cruz, dos discípulos se fueron a su casa en Emaús, según el Evangelio de Lucas, y Pedro se fue a pescar con unos cuantos discípulos, según el Evangelio de Juan. – Los días lindos con Jesús se esfumaron, y con ellos toda esperanza de vivir y poder construir el Reino de Dios con el Maestro.
Imagínate como se deben haber sentido, y nosotros también podemos sentir que todo se acabó, cuando pasa algo muy terrible con personas que nos están muy cerca y que forman parte de nosotros mismos.
Podríamos decir que después sucede un milagro que hace que esa misma gente, que sentía el fin y sinsentido de su vida a quemarropa, de repente empieza a predicar, a divulgar el Evangelio de Cristo. Pero no, no es milagro. Es el mismo “trabajo de Dios” que no los deja a la deriva, más bien los busca, a veces casi uno por uno y los afirma en su posición de “seguidores de Cristo”.
Creo firmemente que, como discípulos (alumnos) de Jesús esa es nuestra función: No dejar a nadie a la deriva, no abandonar a nadie en su desgracia, sino acompañar y estar listos para ayudar en todo sentido, especialmente si se trata de orar con alguien, de guiarle para que encuentre el camino de su vida junto a Jesús.
Dios nos guié y ayude para que le seamos útiles seguidores de Cristo, sin desviarnos del mandato que Él nos dio. ¡Amén!
Winfried Kaufmann