12º domingo después de Pentecostés, 22º en el año

Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque ellos, a su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado.

Lucas 14,12

No se trata de dejar de celebrar, ni de ser infelices voluntariamente. Al contrario, el Señor, en su inmensa bondad, quiere que gocemos de las bendiciones que nos otorga, tanto espirituales como materiales; y que vivamos en su paz, en su justicia, y amándonos los unos a los otros.
El problema no son los amigos, hermanos o parientes; tampoco los vecinos ricos. El problema no está en los otros.
Jesús desprecia la dinámica de conveniencia que rige las relaciones interpersonales de su tiempo. “Tú me das y yo te doy”. “Te hago el bien sólo si me lo haces tú primero a mí”. “Hoy por ti, mañana por mí”, se dice en nuestros días. Esta forma de pensar corroe al ser humano, socava su humanidad, borra la imagen de Dios en él, enfría su corazón, lo petrifica y lo vuelve insensible.
La propuesta de Jesús es a la inversa: dar sin esperar retribución. Esto es, renunciar voluntariamente, despojarse, entregarse a los demás; como valores fundamentales, que brotan de una profunda confianza en Dios (sólo cuando confío en Él, puedo vivir sin que mis obras perjudiquen a los demás). De hecho, es lo que Jesús hizo, hasta las últimas consecuencias.
El Evangelio me invita a examinar, permanentemente, la forma como construyo mis relaciones con las personas y con el mundo; y a someterlas al criterio de su Palabra.
Señor, crea en mí un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.

Robinson Reyes Arriagada

Salmo 112; Eclesiástico 10,12-18 o Proverbios 25,6-7; Hebreos 13,1-8.15-16; Lucas 14,1.7-14 Agenda Evangélica: Salmo 145,1-2.14.17-21; 2 Samuel 12,1-10.13-15a (P); Efesios 2,4-10; Lucas 18,9-14

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