Domingo 28 de septiembre

 

16° domingo después de Pentecostés

 

Y mientras el rico sufría en el lugar adonde van los muertos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham y a Lázaro con él. Entonces gritó, ¡Padre Abraham, ten piedad de mí! Manda a Lázaro que moje la punta de su dedo en el agua y venga a refrescar mi lengua, porque estoy sufriendo mucho en este fuego.

 

Lucas 16,23-24
¿Ya vieron a algún muerto hablar? Aquí en este relato (Lucas 16,19-31) nos dice que el rico sí habló después de muerto con Abraham y rogó por misericordia, diciendo: ¡Ten misericordia de mí! Quería aliviar su tormento con solo unas gotas de agua. Estaba en el fuego, quemándose. ¡Qué dolor! Este fue el resultado de su falta de compasión, que no le dejó ver la necesidad de Lázaro.
Mientras vivía en lujos y fiestas, no se imaginaba qué podía suceder. Ahora ve con claridad y quiere hacer algo, pero ya no es posible, ni para él ni para su familia. La avaricia lo llevó al infierno; su pecado fue la omisión hacia quien estaba tan cerca suyo.
Si leemos el texto completo, nos damos cuenta de que va más allá de la riqueza o la pobreza. Este hombre no invirtió su vida en Dios, no tenía tiempo para servir al Señor y no vivió conforme al mandato de Moisés y de los profetas.
¿Y nosotros creemos en la palabra de Dios, o vamos a esperar que un muerto resucite para decirnos cómo son las cosas?
Aquí está claro que nuestro cuerpo morirá, pero nuestra alma y espíritu permanecerán vivos por siempre, con el Señor o sin el Señor. Somos libres para decidir.
También hay una misión para cada creyente: hablar a otros sobre la eternidad. Este hombre rico tenía cinco hermanos y no quería de ninguna manera que fueran a ese lugar de tormento. Fue tanta su desesperación que pidió que Lázaro resucitara y hablara con ellos. ¿Será que no iban a la iglesia? ¿No leían la Biblia? Seguro que no, por eso él se preocupaba tanto por ellos.
¡Señor ten piedad de nosotros!

Wirlene Schmechel

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