4° domingo después de Epifanía

 

Alégrense, estén contentos, porque van a recibir un gran premio en el cielo.

Mateo 5,12

 

Una de las cosas impresionantes del modo de hablar de Jesús es que no se reserva nada. Todo lo expone en posición clara y abierta, sin ambigüedades, como si no le importara la crítica o perder puntos de popularidad por lo que dice. Con él no necesitamos auxiliarnos de una lupa para leer la letra pequeña, que muchas veces acompaña los contratos que nos presentan las corporaciones humanas, que andan tras nuestro dinero y que pueden terminar causándonos mucho daño.

La conclusión del Sermón del Monte es un buen ejemplo. Pone en alerta a sus seguidores de una gran verdad: “que no todo es color de rosa, y que el camino al cielo no está amortiguado por una espesa alfombra roja”. Las palabras de Jesús no ocultan para nada que el compromiso con el reino de Dios puede afectarnos hasta en lo que más atesoramos, la propia vida.

¡Dichosos! ¡Bienaventurados! Son palabras que alegran nuestros corazones cuando las escuchamos, especialmente si nos las dicen a nosotros mismos y quien las dice es Jesús. Pero tienen su precio. No lo recibimos automáticamente, sino que requiere humildad y fe. Algunos lo logran antes y sin mucho sacrificio, a otros les cuesta más tiempo, estudio de la Palabra y oración. No todos tenemos que ser perseguidos o calumniados, o encarcelados para merecerlas, pero sí todos tenemos que poner delante del Señor un corazón receptor y dejarnos regalar ese premio. Eso es lo que sugiere el “Sermón de la Montaña”, en Mateo: que el reino de los cielos está disponible para nosotros, pero debemos colaborar con nuestra aceptación, fe y confianza, dejarnos regalar, para disfrutarlo a plenitud, y así facilitar que otros también gocen de él.

Nuestro tiempo es hoy. Aceptemos la parte del reino de los cielos que Dios nos ofrece todos los días. Abracemos con confianza la bienaventuranza que nos identifica.

 

Carola Christ y Sebaldt Dietze

Salmo15; Miqueas 6,1-8; 1 Corintios 1,18-31; Mateo 5,1-12; Agenda Evangélica: Mateo 14,22–33

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