4° domingo después de Epifanía, 4° en el año
Jesús comenzó a enseñarles, diciendo: “Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos.”
Mateo 5,1-3
Jesús habla de pobreza en un mundo y una sociedad en los cuales se mide a las personas por lo que tienen y no por lo que son. Sin embargo, no se refiere exclusivamente a la pobreza material, sino a otro tipo de pobreza. No existe ningún mérito en la pobreza material. Es muy triste que en un país en el cual se producen diez veces más alimentos que los necesarios para cubrir las necesidades de sus habitantes, casi la mitad de la población viva en situación de pobreza y sufriendo hambre. En la traducción de la Biblia Reina-Valera dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu…” Hay una diferencia entre ser pobre materialmente y ser pobre en espíritu. La pobreza en espíritu es una disposición del corazón. Es la capacidad de una persona para reconocer que su valor no depende de los bienes materiales que posea, ni de su dinero, de su jerarquía o del cargo que ocupe.
Jesús no alaba al pobre de espíritu, a quien es falto de carácter, sino al pobre en espíritu, a quien tiene la capacidad de reconocer su imperfección e incapacidad de llegar a ser irreprensible. Pues nadie puede ser declarado justo ante Dios por sus propios méritos.
La fe en Jesús nos ayuda a comprender que delante de Dios no cuentan la cantidad de bienes materiales que tengamos, ni la cantidad de buenas obras realizadas, sino la humildad y la fe.
Somos pobres en espíritu si reconocemos nuestra insuficiencia e indignidad, y que por nuestra propia capacidad o por nuestros propios méritos no podemos salvarnos, pues nuestra salvación es un regalo de Dios.
Ven, sube a la montaña a recibir la ley del reino, Jesús quiere grabarla sobre tu corazón. Felices los humildes, su herencia es el Señor, felices los que lloran, tendrán consolación. (Canto y Fe Nº 202) Amén.
Bernardo Raúl Spretz
Mateo 5,1-12