La sal es buena; pero si deja de estar salada, ¿cómo podrán ustedes hacerla útil otra vez? Tengan sal en ustedes y vivan en paz unos con otros.
Marcos 9,50
La única forma para que la sal no se haga insípida es tener una actitud correcta en el corazón y esto inevitablemente producirá las relaciones correctas también con nuestros prójimos.
Nuestro Señor Jesús nos compara con la sal por una razón fundamental: ser útiles para los demás. La sal tiene utilidad para los demás. Jesús dedicó su vida al servicio de los demás. Seamos esa sal sabrosa y no insípida, dando testimonio a través de nuestras buenas acciones en nuestros trabajos, hogares y comunidades.
La sal tiene propiedades conservantes y los cristianos ayudamos a preservar lo que es bueno. En cierto sentido, podemos impartir el sabor distintivo de los valores de Dios en todos los aspectos de la vida. Podemos añadir un toque sabroso a la vida: mostrando misericordia, promoviendo la paz y luchando por la justicia, valorando y conservando los pequeños detalles de nuestro entorno, trabajando por el bienestar de la familia y la sociedad; siendo ejemplos de honestidad, amor y todos los valores que Dios desea que tengamos.
Ser sal es dejar que la acción del Espíritu, por medio de nuestra acción, se expanda e impregne nuestra labor.
Al cruzar la puerta y al mundo regresar, tu llamada oímos para la misión: Predicad la nueva, sal de la tierra sois, me seréis testigos, amados, amad. (Canto y Fe N° 102)