8° domingo después de Pentecostés
Uno de entre la gente le dijo a Jesús: -Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia.
Lucas 12,13
Una de las funciones de los rabinos era resolver litigios económicos entre personas. Jesús se resiste a cumplir esa función porque quienes presentan el reclamo no buscan justicia, sino satisfacer su avaricia. En este contexto, Jesús cuenta la parábola del granjero que posee muchos recursos materiales. La pregunta es: ¿Cuál es el pecado del granjero?
El pecado del granjero radica en su actitud hacia la vida y los bienes que posee. Su necedad y avaricia se reflejan en su pensamiento, dos elementos que pueden generar violencia y pobreza en el mundo. Un psiquiatra que sigo afirma en uno de sus libros que el progreso material por sí solo nunca puede satisfacer las aspiraciones humanas ni proporcionar felicidad cuando se convierte en el eje central de la vida. La tentación de la opulencia lleva gradualmente al individualismo y a la propagación de valores distorsionados como el éxito, el dinero, el poder y la felicidad. Esto se conoce como idolatría material.
El evangelio de hoy nos enseña que los recursos son necesarios para vivir con dignidad, siempre y cuando seamos responsables en su uso y administración. Como creyentes en Cristo, se nos invita a no perder la perspectiva y a mantener un equilibrio saludable entre lo que poseemos y lo que somos. En este equilibrio, encontraremos la apertura para buscar otros bienes que también enriquecen la vida, como el amor, la compasión y la solidaridad entre nosotros. Estos valores trascienden lo material y nos permiten sentir el deseo de ayudar, de contribuir y de crecer en un tesoro que va más allá de lo tangible.
Jorge Buschiazzo