8º domingo después de Epifanía, Estomihi
No hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto: no se cosechan higos de los espinos, ni se recogen uvas de las zarzas. El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca.
Lucas 6,43-45
Hoy reflexionamos sobre uno de los textos más conocidos y populares del evangelio. Un texto que se adapta con facilidad a cualquier situación.
A menudo lo usamos como defensa o como ataque.
Y es como tantos otros textos del evangelio que, por ser tan sencillos, finalmente se hacen difíciles.
Tal vez sea porque nos habla directamente. Nos interpela. Aún sin querer, nos hace pensar sobre nuestra propia vida, nuestra forma de ser, de expresarnos, de comportarnos.
Jesús con sus palabras nos dice que somos lo que somos. No podemos ser una cosa y aparentar otra.
Más aún, como dice aquel dicho popular: “el pez por la boca muere”. Nuestras palabras son la mejor representación de lo que somos. Si so-
mos buenos, eso se reflejará en nuestras palabras, porque éstas vienen de adentro y expresan nuestros pensamientos y delatan nuestro carácter… Señor ayúdame a serte fiel. A medir mis palabras y mis acciones. Muchas veces la soberbia y el orgullo se apoderan de mí.
Ayúdame a medir mis palabras, que ellas hablen del bien y de la ver-dad. Ayúdame, para que con mis actos se muestre lo que soy: alguien que busca serte fiel y seguirte, amando así como tú me amas. Amén.
Ricardo Adolfo Becker
Salmo 92,1-2.12-15; Proverbios 4,18-27; 1 Corintios 15,54-58; Lucas 6,39-45; Agenda Evangélica: Lucas 18,31–43