4º domingo de Pascua, Misericordias Domini

Si ustedes llaman Padre a Dios deben mostrarle reverencia durante todo el tiempo que vivan en este mundo.

1 Pedro 1,17

Estamos viviendo en un tiempo en el que la palabra, actitudes y compromisos en general están bastante desvalorizados en todos los ámbitos y situaciones.

Nuestro texto nos invita a mostrar reverencia a Dios durante toda nuestra vida. Tener reverencia es estar comprometidos con su verdad, sentirnos orientados por su amor y valorizarlo como nuestra mayor riqueza de vida.

La parte de la Historia de la humanidad que hoy nos toca vivir, en lo relativo a planteos, responsabilidades y urgencias impostergables por la vida, muchas veces se parece a una pobre muestra diluida. La Iglesia, como parte de esta sociedad global, no es siempre una excepción, pues también aprendió a cubrirse la espalda, institucionalizando la fe y el compromiso cristiano. De este modo, la vida de fe personal de cada día -tanto local como global- cae bajo la tentación de la transferencia de sus responsabilidades concretas a la institución. En buena medida transferimos nuestra reverencia de vida a Dios y a nuestro prójimo a la institución. Mientras, nuestra vida personal encuentra un camino más espacioso y cómodo sin sentirnos en falta.

Hoy somos invitados a evaluar nuestra fe, pertenencia y amor a Dios en nuestro seguimiento como hijos, salvados y testigos de vida. La palabra de Dios nos invita a examinar nuestra “reverencia” hacia él, en nuestra adoración, nuestro compromiso, en los contenidos de fe y vida junto al Salvador.

Por último, en un mundo globalizado en que los medios nos transportan a las fronteras más lejanas y simultáneamente hacen de la amplitud del mismo nuestro contexto local y cotidiano, el texto de hoy rescata el poder que, como hijos de Dios, nos es dado para vivir la novedad de vida a lo largo y ancho de la Tierra en reverencia y sin claudicaciones.

¡Que el Dios que juzga con amor, nos encuentre reverentes!

Amén.

Ernesto Weiss

Salmo 116,1-4, 12-19; Hechos 2,14a, 36-41; 1 Pedro 1,17-23; Lucas 24,13-35; Agenda Evangélica: Ezequiel 34,1–2. (3–9)10–16.31

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