8° domingo después de Pentecostés, 17º del año

El reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y cuando encuentra una perla preciosa, va y vende todo lo que tiene, y compra la perla.

Mateo 13,45-46

En el mundo en el que vivimos, donde es tan común el comercio económico, sabemos muy bien la ventaja de comprar un objeto de mucho valor para después revenderlo y obtener un beneficio. Pero el comerciante de la parábola no compra la perla para después venderla y conseguir un ingreso. La ganancia está en conservar esa joya tan valiosa.

El reino de Dios es así, como una perla de muchísimo valor que transforma nuestras vidas. Nos da la esperanza y la tranquilidad de que en Dios nuestra existencia cobra verdadero sentido.

Un reino que nos es dado, que nos fue regalado como gracia divina. El reino de un Dios vivo en continuo movimiento, un Dios que no se cansa de buscarnos e invitarnos a participar con él.

Pero ¿qué pasa si se ignora el valor de las perlas? No se puede querer lo que no se conoce. Jesús nos envía a que hagamos conocer sus obras, que llevemos su palabra por el mundo, que seamos testigos de su reino y que en nuestras acciones se refleje su inmenso amor.

Esa es nuestra tarea. Ponernos en camino y convertir en realidad cada día el mandato de nuestro Señor Jesús para que todos podamos reconocer la perla preciosa del reino de Dios.

Ayúdanos, Señor, a que nuestros pies sirvan para abrir senderos que conduzcan a tu reino. Que nuestros labios pronuncien palabras de aliento y esperanza, y que nuestras manos sean capaces de acariciar a nuestro prójimo con el inmenso amor que tú nos das. Amén.

Silvia Bierig

Salmo128; Génesis 29,15-28; Romanos 8,26-39; Mateo 13,31-33.44-52; Agenda Evangélica:Juan 6,30–35

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