Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro: “Él va a ir a Galilea antes que ustedes; allí lo verán, tal como les dijo”.
Marcos 16,7
Así como lo indicaba su tradición de fe, temprano a la mañana del primer día de la semana se dirigieron al sepulcro para perfumar el cuerpo de Jesús. Era como el ritual de despedida, que en aquella época y en su cultura se practicaba a los fallecidos. Y ellas lo querían cumplir. Fueron, pues, al sepulcro de Jesús para celebrar el “ritual de la muerte”.
Pero he aquí que no lo encontraron en el lugar de la muerte. La piedra que lo había encerrado estaba corrida y el sepulcro estaba vacío. Porque Jesús había resucitado para poder encontrarse con ellas, con los discípulos y con cada uno de nosotros en los lugares donde se desarrollan nuestras vidas: en nuestras casas, en nuestras parejas, en nuestras familias, en nuestros barrios, en nuestros lugares de trabajo y en nosotros mismos.
Resucitó para reivindicar aquella Buena Nueva de vida plena en comunión con Dios que en vida había proclamado y que ahora, después de resucitado, tiene más autoridad aún. Porque definitivamente nada en este mundo, ni la muerte más trágica, puede destruir aquella promesa de bendición y paz que Dios a través de Jesucristo nos ha regalado.
Resurrección claramente significa que la vida no termina en el sepulcro. Que el amor de Dios es mucho más fuerte que el poder destructivo del mundo. Que en vez de celebrar la muerte estamos llamados a proclamar la vida. Que toda tristeza, llanto y dolor pueden y quieren ser revertidos en regocijo y alabanza. Porque si bien con la muerte todo cambia, nada termina. Simplemente porque el eterno y siempre presente amor de Dios todo lo supera.
Annedore Venhaus
Marcos 16,1-8
Venhaus, Annedore, pastora de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, al servicio de la Iglesia Reformada, Tres Arroyos, Buenos Aires, Argentina. annedore.held@gmail.com 28 al 31/03
Tema: Resurrección