Así que Jesús andaba por toda Galilea, anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios.
Marcos 1,39
Pequeñas aldeas, separadas entre sí por unos cuantos kilómetros. Desplazados de los grandes centros de poder, sus habitantes eran despreciados por los círculos privilegiados de Jerusalén, por su dudoso origen racial, o por sus tareas que los ponían en contacto con elementos impuros.
Jesús salió a recorrer esas aldeas. Allí seguramente esas reuniones de los sábados, en las sinagogas, eran menos formales. Con suerte, habría alguien que sabría leer alguna copia de los libros sagrados.
Cuando Jesús compartía esas reuniones, aprovechaba que sabía leer para hacerse lugar entre ellas. Era su oportunidad de anunciar el mensaje del Reino. La fuerza de su palabra no solo llegaba a las mentes, también a los corazones, sanaba cuerpos, limpiaba los espíritus. Su presencia renovaba toda la vida, en todas sus dimensiones.
Para la gente abandonada a su suerte, considerada de segunda por la elite farisea y sacerdotal, la fuerza que transmitía Jesús era toda una señal de esperanza. Después de todo, era uno de ellos. Era la prueba visible de que el amor de Dios llegó a los más débiles, a los rincones olvidados donde no había riquezas ni prestigio.
Y así sigue siendo, de otra manera, pero con la misma fuerza sanadora, con el mismo mensaje de amor y esperanza, la presencia de Cristo se sigue manifestando en los lugares más insospechables, para renovar la vida, para acercarnos al Reino de Dios.
Vania Zanow
Marcos 1,29 – 39
Palabra clave: Esperanza, Reino de Dios, prójimo