Pentecostés

Jesús sopló sobre ellos, y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo.”

Juan 20,22

Cabe aclarar que este texto en realidad no corresponde a Pentecostés sino a la transformación de la comunidad de discípulos llenos de miedo y encerrados en una habitación a testigos vivos de la resurrección. Para la tradición evangélica este texto corresponde a Cuasimodogéniti (2º domingo de Pascua).

El resucitado rodeado por sus discípulos; desde el impulsivo, decepcionante Pedro, el amistoso Juan, todos menos el dubitativo Tomás. Lástima que no se mencione la presencia de las mujeres. Quizás ellas no eran tan miedosas como los varones.

El Espíritu es sinónimo de envío al mundo donde la vida continúa. El perdonar o no perdonar los pecados ajenos o propios es indicativo de este envío al mundo con toda su ambigüedad y conflictividad. Es decir, los discípulos tendrán que vérselas con el pecado dentro de la propia comunidad como en la sociedad donde desarrollen su misión. Son ‘como niños recién nacidos’ que tienen que aprender a vivir sin la presencia de Jesús, dependiendo de la guía del Espíritu Santo.

Los cristianos creemos recibir el Espíritu Santo el día de nuestro Bautismo, y por fe aceptamos que Jesús, a través de ese mismo Espíritu, nos consuela en el dolor, nos orienta cuando estamos perdidos, nos alienta en el cansancio y es nuestro defensor ante los embates del mal y la mentira. El día de nuestro Bautismo, sin importar la edad, también nosotros somos ‘como niños recién nacidos’. Y en esa, nuestra indefensión y pequeñez, está el secreto del poder de la fe, permitiendo que sea Jesús el que obre en nuestra vida a través de su Espíritu.

Carlos A. Duarte

Salmo 104,24-34, 35b; Hechos 2,1-21; 1 Corintios 12,3b-13; Juan 20,19-23; Agenda Evangélica: Juan 16,5–15

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