Salmo 30
1 Te exaltaré, Señor, porque me has levantado
y no permitiste que mis enemigos se alegraran de mí.
2 Señor, mi Dios, a ti clamé,
y me sanaste.
3 Señor, hiciste subir mi alma del Seol,
me diste vida, para que no descendiera a la sepultura.

4 Cantad a Jehová, vosotros sus santos,
y alabada la memoria de su santidad.
5 Porque su ira es sólo por un momento,
pero su favor dura toda la vida;
por la noche durará el llanto,
y a la mañana vendrá la alegría.

6 En mi prosperidad dije:
No seré jamás conmovido.
7 Señor, por tu favor afirmaste mi monte fuerte;
escondiste tu rostro, y fui turbado.

8 A ti, Señor, clamaré,
y al Señor suplicaré:
9 ¿Qué provecho habrá en mi sangre,
cuando descienda al sepulcro?
¿Te alabará el polvo?
¿Anunciará tu verdad?
10 Oye, oh Señor, y ten misericordia de mí;
sé tú, Señor, mi ayuda.

11 Has cambiado mi lamento en baile;
desgarraste mi cilicio y me ceñiste de alegría,
12 para que mi alma te alabe y no quede muda.
Señor, Dios mío, te alabaré para siempre.

Hechos 9:1-6 [7-20]
La conversión de Saulo
1 Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, fue al sumo sacerdote
2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de que si hallaba algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajera presos a Jerusalén.
3 Pero sucedió que, yendo ya de camino, al acercarse a Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo;
4 y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía:
—Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
5 Él dijo:
—¿Quién eres, Señor?
Y le dijo:
—Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
6 Pero levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.

[7-20]
7 Los hombres que iban con Saulo se detuvieron atónitos, oyendo la voz, pero no viendo a nadie.
8 Saulo se levantó del suelo; y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole de la mano, lo trajeron a Damasco.
9 Estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.
10 Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías; y a éste dijo el Señor en visión:
—Ananías.
Y él respondió:
—Heme aquí, Señor.
11 Y el Señor le dijo:
—Levántate y ve a la calle llamada Derecha, y busca en la casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí él ora,
12 y ha visto en visión a un hombre llamado Ananías que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista.
13 Entonces Ananías respondió:
—Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén;
14 y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para aprisionar a todos los que invocan tu nombre.
15 Pero el Señor le dijo:
—Ve, porque instrumento escogido me es este para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel;
16 porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.
17 Fue entonces Ananías, y entró en la casa, y poniéndole las manos, le dijo:
—Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.
18 Y al instante le cayeron de los ojos como escamas, y recobró la vista; y se levantó y fue bautizado.
19 Y habiendo comido, se fortaleció. Saulo estuvo varios días con los discípulos que estaban en Damasco,
20 y en seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que él era el Hijo de Dios.

Apocalipsis 5:11-14
11 Miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos; y su número era millones de millones,
12 que decían a gran voz:
—El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.
13 Y a todo lo creado que está en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir:
—Al que está sentado en el trono y al Cordero sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
14 Y los cuatro seres vivientes decían:
—¡Amén!
Y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.

Juan 21:1-19
Jesús se aparece a sus discípulos en la orilla
1 Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberíades. Y se manifestó de esta manera:
2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Didimo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos.
3 Simón Pedro les dijo:
—Voy a pescar.
Ellos le dijeron:
—Vamos también nosotros contigo.
Fueron y subieron a la barca, y aquella noche no pescaron nada.
4 Cuando ya iba amaneciendo, Jesús se presentó en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús.
5 Y les dijo:
—Hijitos, ¿tenéis algo de comer?
Le respondieron:
—No.
6 Y él les dijo:
—Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis.
La echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces.
7 Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro:
—¡Es el Señor!
Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa, porque estaba desnudo, y se lanzó al mar.
8 Y los otros discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; porque no estaban lejos de tierra, sino como a doscientos codos.
9 Al descender a tierra, vieron un fuego de carbones allí, con pescado puesto sobre él, y pan.
10 Jesús les dijo:
—Traed de los peces que acabáis de pescar.
11 Simón Pedro subió y sacó la red a tierra, llena de 153 grandes peces; y aun siendo tantos, la red no se rompió.
12 Jesús les dijo:
—Venid, y almorzad.
Y ninguno de los discípulos osó preguntarle:
—¿Quién eres tú?
Sabiendo que era el Señor.
13 Vino Jesús, y tomó el pan, y les dio; asimismo el pescado.
14 Esta ya era la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos, después de haber resucitado de los muertos.

Jesús se aparece a Pedro y le encomienda su misión
15 Después de haber comido, Jesús dijo a Simón Pedro:
—Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?
Le respondió:
—Sí, Señor, tú sabes que te amo.
Él le dijo:
—Apacienta mis corderos.
16 Volvió a decirle la segunda vez:
—Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?
Pedro le respondió:
—Sí, Señor, tú sabes que te amo.
Le dijo:
—Pastorea mis ovejas.
17 Le dijo la tercera vez:
—Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?
Pedro se entristeció de que le dijera la tercera vez:
—¿Me amas?
Y le respondió:
—Señor, tú sabes todo; tú sabes que te amo.
Jesús le dijo:
—Apacienta mis ovejas.
18 De cierto, de cierto te digo: Cuando eras joven, te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás las manos, y otro te ceñirá, y te llevará a donde no quieras.
19 Esto dijo, significando con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió:
—Sígueme.

Agenda Evangélica: Salmo 23; Ezequiel 34,1-2(3-9)10-16,31; 1 Pedro 2,21b-25; Juan 10,11-16(27-30) (P)