11º domingo después Pentecostés, 18º en el año
―Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed.
Juan 6,35
¡Qué palabras reveladoras y qué momento para decirlas! Jesús venía de haber dado de comer a las cinco mil personas, que lo aclamaban como EL profeta, y ya no más lo querían coronar como rey. Me imagino a Jesús pensando hacia su interior “éstos, ya otra vez no entendieron nada…”.
Pero, ¿cómo no estar maravillado si una persona joven realiza tal proeza? ¿Cómo no estar cegados por la maravilla de este milagro, sin poder ver lo más importante? Si bien Dios, a través de Jesús, fue el gran protagonista de la proeza, es en el compartir donde Jesús quiere que nos enfoquemos, no en el hecho de que comimos hasta saciarnos.
Es por eso, creo yo, que Jesús nos dice: El que viene a mí nunca pasará hambre… porque una comunidad que se acerca a Cristo, entiende sus enseñanzas, entiende el compartir y entiende el vivir en amor. Pero esto no significa que debamos acomodarnos esperando recibir sin dar. El compartir no es un hecho o acto de un solo sentido, sino algo que viene y va, cada uno debe hacer uso de los dones que ha recibido, para dar lo que puede ofrecer y de esta manera recibirá lo que necesita.
Y es este el error en el que siempre caemos: querer y enfocar nuestros esfuerzos siempre en lo que deseamos, y no en lo que necesitamos.
Dios nos ayude a abrir los ojos para apreciar lo mucho que tenemos y veremos entonces, que incluso sobra para compartirlo todos los días.
Osmar Brassel
Salmo 78,3-4.23-25.54; Éxodo 16,2-15; Efesios 4,17-24; Juan 6,24-35; Agenda Evangélica: Isaías 62,6–12