2° domingo después de Pentecostés, 10° en el año

Les aseguro que Dios dará su perdón a los hombres por todos los pecados y todo lo malo que digan: pero el que ofenda con sus palabras al Espíritu Santo, nunca tendrá perdón, sino que será culpable para siempre.

Marcos 3,28-29

Vemos a un Jesús anunciando a los cuatro vientos la misericordia; que ha venido a salvar, a perdonar, y no teme acercarse a los pecadores, a los publicanos, a los leprosos… De repente, habla de un pecado imperdonable, “la blasfemia contra el Espíritu Santo”, que no tendrá perdón jamás.

Los escribas, afirman que Jesús tiene un demonio. Los milagros que hace, no los pueden negar, pero sí pueden desprestigiarle, imponer su propia interpretación de las curaciones y maravillas que todo el pueblo lo está viviendo. Los adversarios de Jesús dicen que los milagros que Él hace son con la fuerza y el poder del demonio. Ahí está la blasfemia contra el Espíritu Santo: afirmar que es el demonio el que obra en Jesús y no el Espíritu.

¿No es mejor aceptar la evidencia, aunque esto suponga una pequeña humillación, ceder al orgullo y a la soberbia?

La blasfemia no es fruto de la ignorancia, es más bien, el resultado de la mala fe de las personas que intentan destruir la acción liberadora de Jesús mediante la calumnia, la persecución y la muerte. La blasfemia es el mismísimo daño que provocamos hacia la propia creación de Dios, hacia mi semejante y con el entorno. Blasfemo contra la negación a la vida de inocentes, porque la vida de ese inocente es una pisca de la divinidad de Dios en esta tierra. Pero lo peor no es la gravedad de este pecado: el verdadero mal radica en la actitud que hay detrás –destrucción, maldad. Jesucristo está deseando perdonar al ser humano. Pero Él sólo puede perdonar a quien acude a pedir perdón, a quien reconoce su debilidad y se acerca a la fuente de salvación. El acercarme a Jesús, es reconocer y darme cuenta de mi egoísmo y la soberbia. Cuando deje de creerme más sabio que Dios, podré servir al Dios del Evangelio.

Te invito a renovar la confianza incondicional en el poder de Cristo para cambiar mi vida, tu vida. Bendiciones.

Daniel Enrique Frankowski

Salmo 130; Génesis 3,8-15; 2 Corintios 4,13 – 5,1; Marcos 3,20-35

Agenda Evangélica: Salmo 34,2-11; Jeremías 23,16-29; 1 Juan 4,(13-16a)16b-21; Lucas 16,19-31; Jonás 1,1-2(3-10)11 (P)

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