1° domingo después de Epifanía
Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el Espíritu Santo.
Marcos 1, 8
En este relato, nos encontramos con Juan el Bautista, quien predica abiertamente la necesidad de arrepentirse para alcanzar el perdón. Este tema es recurrente en la historia de los profetas de Israel, a quienes Juan de alguna forma imitaba, incluso con su peculiar vestimenta hecha de pieles. Su propuesta del bautismo como gesto de arrepentimiento no era algo innovador, ya que los lavamientos rituales eran comunes en el judaísmo, especialmente para aquellos que querían integrarse a esta fe.
Sin embargo, algo nuevo y trascendental en su predicación era que Juan enfatizaba que el bautismo era necesario para todos, tanto judíos como gentiles. Pero lo realmente innovador fue su anuncio de que alguien mucho más grande que él vendría después, con la autoridad y el poder para limpiar y renovar los corazones mediante el Espíritu. Esta es la mayor diferencia entre la obra de Juan y la de Cristo.
Aunque en el Evangelio de Marcos no se menciona tanto al Espíritu como en otros Evangelios, el autor creía firmemente que Jesús era el dador del Espíritu a todo creyente, y que este Espíritu era un patrimonio para todos, no restringido a algunos pocos, como había sido en el Antiguo Testamento.
Así como todo judío penitente que acudía a Juan recibía su bautismo, todo creyente en Jesús sería bautizado por Él con el Espíritu Santo. Este bautismo tenía un poder transformador, reformando completamente a la persona. Es el resultado de la obra completa de Jesús, disponible para todos, sin distinción. Es un bautismo que se ofrece a ti, a mí y a toda criatura.
Leonardo Calderón