Jesús fue a su tierra y cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga. “¿De dónde sacó este tales cosas?” decían maravillados muchos de los que le oían. “¿Qué sabiduría es esta que se le ha dado? ¿Cómo se explican estos milagros que vienen de sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros?” Y se escandalizaban a causa de él.
Marcos 6,1-3
“¿Qué pasaría si Dios fuera uno de nosotros?”, preguntaba Joan Osborne. Este evangelio nos da la respuesta: si Dios fuera uno de nosotros, nos escandalizamos por él.
Dios-con-nosotros fue completamente uno de los habitantes del pueblito de Nazaret. Y los nazarenos no se escandalizaron a pesar de que fue uno de ellos, sino precisamente a causa de ello.
La lógica es comprensible: si él es aquel que nos liberará del mundo ordinario y cotidiano del trabajo y del hogar, ¿por qué es tan ordinario como nosotros? Pero si es tan ordinario como nosotros, entonces no nos puede liberar de las cadenas de nuestra humanidad y de la gravedad de lo cotidiano. Y si no nos puede liberar de ello, entonces no es el salvador.
Pero, hermano y hermana, justamente por eso es el verdadero salvador: porque “siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2, 6-11).
Michael Nachtrab