13° domingo después de Pentecostés
Si alguno quiere venir a mí, y no deja a un lado a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, y aun a su propia persona, no puede ser mi discípulo.
Lucas 14,26
Domingo: el mejor día para dejarnos desafiar por las palabras de Jesús. Todo el pasaje, que abarca desde el versículo 25 hasta el 34, desafía nuestro concepto de fe. Las grandes multitudes que caminan con Jesús, que vienen de lejos para escucharlo y ver sus milagros. Multitudes que le dan una triunfal entrada a Jerusalén. Pero al final, ¿dónde están? Jesús solo, traicionado, abandonado. El discipulado es un tema delicado, y si tomamos en serio sus palabras, nos preguntamos: ¿Quién podrá ser discípulo?
Pero Jesús no bromea, nos muestra un espejo: vemos un “cristianismo light”, sin grandes compromisos. Creer sí, ser miembro activo de la iglesia sí, ¿pero renunciar a lo que tanto nos significa? ¡Es imposible! Pero ahí está Jesús con su palabra que no permite un “sí, pero”.
Personalmente pienso que la respuesta al llamado de Jesús trae consecuencias y nos conduce por un camino que puede alejarnos de nuestro ámbito de confort. Seamos sinceros, nuestro compromiso con lo “terrenal” es más fuerte que con aquel que, en absoluta soledad, hizo el último tramo de su camino hasta las últimas consecuencias.
El mensaje de Jesús apunta a ese “último tramo”: ni siquiera sus discípulos lo entienden, quieren intervenir, quieren “salvarlo”. “No piensas como Dios, sino como los hombres”, le reprocha a Pedro (Mateo 16,23). Poder aceptar y asumir que lo terrenal es perecedero y que, por lo tanto, nada de este mundo puede darnos la salvación, es muy duro ya que requiere dar un paso difícil: soltar, dejarse “caer”, para descubrir que es la cruz la que me permite ser un verdadero discípulo: ¡por gracia y solo por gracia!
Reiner Kalmbach