¿Podría concebirse el metodismo sin la Reforma del Siglo XVI? Evidentemente no. El metodismo nace de la Iglesia Anglicana hacia mediados del Siglo XVIII y esta a su vez, ha pertenecido, desde el reinado de Isabel I en 1558, claramente al bloque protestante que rompió con la hegemonía católica en el norte de Europa. En este sentido, se puede afirmar que el metodismo -mediatizado por la Iglesia Anglicana- es HEREDERO HISTÓRICO de la Reforma y de sus principales reivindicaciones, a saber: la centralidad de la Biblia como Palabra revelada; la centralidad de Cristo como único mediador; el reconocimiento de sólo dos sacramentos: Bautismo y Eucaristía practicados por Jesucristo y dados a la iglesia como medios de gracia; la iglesia como comunidad de hombres y mujeres redimidos, como evento redentor más que institución de poder. En este último punto, los Wesley han llevado los principios eclesiológicos críticos de la Reforma al seno de la Iglesia Anglicana de su tiempo. Este ha sido, tal vez, el factor más claro de distanciamiento institucional con la iglesia de Inglaterra. Por todo ello podemos afirmar que, en términos generales, el metodismo es una consecuencia histórica de la Reforma.
Sin embargo, desde el punto de vista de su énfasis teológico existen diferencias que no permiten una rápida homologación entre ambas tradiciones. La directa pertenencia al anglicanismo -tanto teológico como de origen- ha incrementado esta dificultad, teniendo en cuenta que la “vía media” anglicana, que el metodismo hizo propia, es un factor de equilibrio en tensión que aglutina a un sinnúmero de tradiciones y énfasis cristianos.
Ciertamente, el acercamiento a los reformadores por parte de Wesley es ambiguo. Por un lado, Calvino y Lutero son rescatados como “… los grandes hombres de la Reforma”. En su tratado “A UN PROTESTANTE” remarca los grandes logros del movimiento reformador “la lucha contra los errores tales como los siete sacramentos, la transubstanciación, la comunión en una sola sustancia, el purgatorio que lleva a orar por los muertos, la veneración de reliquias y las indulgencias, o perdón que otorga el Papa y se paga con dinero”. Y cierra afirmando: “bien hicieron los que nos precedieron en la fe en protestar contra todo esto, particularmente contra estos tres: anular el valor de la fe cristiana al sostener que el ser humano puede ganar el cielo mediante sus méritos; sustituir el amor a Dios por la idolatría y el amor
al prójimo por la persecución”. En el mismo sentido, fue el comentario a la Epístola a los Romanos de Lutero, el texto que llevó a Wesley al famoso evento-relato del corazón ardiente de la calle Aldersgate, que sin duda marcó un fuerte impacto en el desarrollo de su vida espiritual y teológica.
Sin embargo, por otro lado, algunos temas conflictivos lo alejaron de los calvinistas y luteranos de su tiempo y por extensión de sus maestros Calvino y Lutero. Sabemos que en el fragor de la disputa contra la Iglesia Romana que otorgaba a las obras de mérito un carácter salvífico (las indulgencias, la contemplación de las reliquias etcétera) los reformadores, para balancear, elaboraron una antropología pesimista, es decir, un concepto del ser humano muy negativo. Enfatizaron la soberanía de Dios en detrimento de la voluntad humana. Calvino habla del “hombre corrupto”, el cual mediante la “corrupción original, está completamente indispuesto, incapacitado, y hecho opuesto a todo bien,
y enteramente inclinado hacia toda maldad”. Lutero, a su vez, se refiere al “servo arbitrio” (voluntad esclava), según la cual “Tras la caída, el hombre perdió la libertad, está obligado a servir al pecado, y no puede querer un ápice de lo bueno”.
Este énfasis, con el tiempo, se fue polarizando dando lugar a doctrinas como la de la predestinación -en el caso del calvinismo- y el del “quietismo”, en el caso de los moravos luteranos, con quienes
Wesley tuvo un romance corto de un año y medio y luego rompió irreconciliablemente.
La doctrina de la predestinación, por ejemplo, sostenida por el calvinismo ortodoxo, abrió una brecha de fuerte disputa dentro de la Iglesia Anglicana. Afirmaba que, dado que el ser humano está tan corrompido por el pecado, es incapaz de decidir, por lo tanto Dios es quien debe elegir por él quiénes deben ser salvos y quiénes no. Wesley rechaza esta doctrina y se enrola en las filas contrarias al calvinismo ortodoxo. Rescata el pensamiento de Jacobo Arminio, destacado crítico de la doctrina de la predestinación calvinista y defensor de la libertad humana para decidir la aceptación o el rechazo de
la gracia ofrecida por Dios.
Por otro lado, su acercamiento y pronta desilusión con los hermanos moravos se debió a una sobre exageración que estos imprimían a la doctrina luterana de la Sola Fe. Veamos el comentario de Wesley y los motivos que lo desilusionaron tanto de los Moravos como del mismo Lutero:
“Me dirigí a Londres y leí, otra vez en el camino, el celebrado libro de Martín Lutero: “COMENTARIO SOBRE LA EPÍSTOLA A LOS GÁLATAS”. Yo me avergoncé completamente. ¿Cómo he apreciado este libro, sólo porque lo escuché tan elogiado por los demás o, como mucho, porque había leído algunas excelentes frases de vez en cuando citadas por él? Pero, ¿qué diré ahora que juzgué por mí mismo?
Ahora que veo con mis propios ojos? Por ejemplo, sólo uno o dos puntos: ¿Cómo puede condenar a la Razón, como un enemigo irreconciliable con el Evangelio de Cristo? Porque ¿Qué es la Razón sino
el poder para aprender, juzgar y argumentar? Nuevamente, de qué manera blasfema se refiere Lutero a las buenas obras y a la ley de Dios, constantemente compara la Ley con el pecado y la muerte, el infierno o el diablo, y enseña que Cristo nos libera de todos ellos de igual manera. Por cierto en la Escritura no encontramos que Cristo condena la santidad, ni el cielo, por lo tanto tampoco condena las buenas obras… Aquí me di cuenta del gran error de los Moravos, ellos siguen a Lutero, para bien o para mal, de allí su: ‘No obras, no ley no mandamientos…’ Pero… quién eres tú para hablar mal y juzgar la ley de Dios?”
La separación entre Gracia y Ley fue el centro de esta disputa. Mientras que para Lutero la Ley era lo opuesto al Evangelio, Wesley la rescata -no ya como la dispensadora de salvación, como hacían los judíos- sino la ley en tanto mandamiento del amor. En este sentido, Wesley agrega a la doctrina de la justificación luterana la idea de santificación de las vidas a través de obras de amor. Por lo tanto para Wesley, si bien el ser humano es justificado por la fe, es también santificado por las obras, no de méritos, sino obras de amor como frutos de la fe. Ambas deben marchar juntas y ambas construyen el concepto de salvación.
De esta manera, la libertad del ser humano para aceptar o rechazar la gracia divina y para transformar la fe en obras de amor fue central en el pensamiento wesleyano, a tal punto, que Erasmo, contendiente de Lutero en torno al tema del libre albedrío, fue materia central de estudio en la escuela que fundó Wesley en Kingswood para los hijos de sus predicadores.
Como vemos, el metodismo le debe a la Reforma el marco general de sus principios, considerados por Wesley como centrales, cuya ausencia haría peligrar al verdadero cristianismo. Pero teológicamente existen diferencias surgidas en contextos históricos de disputas particulares que alejaron al metodismo del núcleo teológico central de la Reforma oficial.
Hacia principios del Siglo XX, en su paso por los Estados Unidos de Norteamérica, hubo serios intentos por parte de teólogos metodistas de borrar esas diferencias y limar las aristas “poco protestantes” que poseía el metodismo originario en aras de encajar sin conflicto en la academia teológica, que estaba dominada por el protestantismo “oficial”. Estos teólogos sufrían del complejo de que el metodismo era considerado una mera teología práctica, hecha “a caballo”. Ellos querían mimetizarse con los grandes.
Sin embargo, ya entrada la segunda mitad del Siglo XX, los estudios metodistas fueron desempolvando seriamente y ya sin complejo las aristas originarias, las disputas, los encuentros y desencuentros del pensamiento wesleyano con los grandes maestros de la Reforma. Este redescubrimiento, lejos de afectar el espíritu ecuménico, lo engrandece. Porque no es buscando la homogeneidad que se honra la unidad, sino respetando las diferencias, dejemos hablar a Wesley para cerrar:
“Nosotros deseamos sinceramente que no se nos destaque de los cristianos verdaderos, sea cual fuere su denominación. «¿Es recto tu corazón así como el mío es recto con el tuyo?» No hago más preguntas. «Si lo es, dame tu mano.» No destruyamos la obra de Dios por opiniones o palabras. ¿Amas tú a Dios y le sirves? Es suficiente. Te doy la mano derecha de la fraternidad. … Porque aunque la diferencia de opiniones o de culto no permita una unión exterior completa, ¿tendrá por fuerza que oponerse a una unión en los afectos? Si bien no podemos pensar del mismo modo, ¿qué impide que nos amemos? ¿No podemos amarnos sinceramente aunque no seamos de una misma opinión? Indudablemente sí podemos, y en este amor pueden unirse todos los hijos de Dios a pesar de esas diferencias secundarias, las que pueden permanecer sin evitar que nos estimulemos mutuamente al amor y a las buenas obras.”
Daniel Bruno
Dr. Pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina
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