Estimados hermanos, estimadas hermanas
Nos estamos acercando a un nuevo acto eleccionario en nuestro país, en medio de un contexto global más que complejo. Luego de cuarenta años ininterrumpidos de democracia en los que hubo luces y sombras, tenemos el derecho a elegir nuevas autoridades.
Nuestro propio contexto local también es muy delicado. Con dolor debemos confesar la difícil situación de muchísimas personas en nuestro país: los sueldos no alcanzan, crecen de manera alarmante y vergonzosa la pobreza y las desigualdades; la inflación aumenta la
incertidumbre al igual que los discursos irresponsables; el acceso a la vivienda se complejiza cada día más; la inseguridad sigue presente y los intereses económicos se imponen por sobre el bienestar de los pueblos y el cuidado de la Casa común.
Por eso resulta fundamental que podamos emitir el voto de manera criteriosa, dejándonos guiar en primer lugar por el mandamiento de nuestro Señor: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Votar es una forma de servir al proyecto de Dios, por eso debe realizarse sin enojos ni deseo de revancha. Votar pensando en las demás personas, especialmente en las más débiles.
Como personas de fe afirmamos que hay derechos humanos, sociales, económicos, ecológicos y personales que deben ser respetados y garantizados. Porque el Señor Jesús se ofreció por nosotros y nosotras para que tengamos vida y vida en abundancia.
El Estado debe garantizar leyes y modelos económicos que permitan el acceso irrestricto a derechos fundamentales: trabajo digno y justamente remunerado; pan en cada mesa; salud; educación; vivienda; seguridad; educación; justicia; recreación; previsión para la vejez; respeto a diversidad cultural; libertad de expresión; equidad entre varones y mujeres; identidad auto percibida; cuidado del cuerpo; maternidad consentida. También urgen políticas tributarias donde quienes más tienen realicen los mayores aportes. Estos derechos no pueden quedar librados a las leyes del mercado y a la rentabilidad como así tampoco ser eliminados en nombre de algún interés particular o sectorial.
Otro aspecto fundamental para la democracia es la defensa de los derechos humanos. Nuestro país ha padecido entre 1976 y 1983 un gobierno dictatorial que secuestró, torturó, desapareció y mató a 30.000 personas y condujo al país a la demencial guerra en Malvinas. Fueron crímenes de lesa humanidad y todos los responsables, militares y civiles, deben ser juzgados.
También es imprescindible que se erradique toda violencia institucional. El crimen y la violencia deben ser abordados y juzgados en el marco de la Ley. Las cárceles son lugares para la resocialización y no sitios de castigo. De nada nos sirve seguir la ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Y el legítimo derecho a la defensa en juicio no puede verse interferido de modo alguno.
Ante nuestra responsabilidad en la mayordomía de la Creación divina afirmamos la necesidad de leyes que garanticen el cuidado y la preservación de la Casa Común. La crisis climática es inminente. La madre tierra está dándonos señales de ello. Asimismo, deben respetarse los pueblos originarios que han cuidado ancestralmente de la naturaleza y que hoy son expulsados de sus territorios para disponer de los mismos e incorporarlos al Mercado siguiendo la lógica de la rentabilidad.
Por otro lado, insistimos en que la sociedad democrática, justa y pacífica se construye sobre la base del diálogo, el disenso y los acuerdos en el marco del Estado de derecho. Por ello resulta alarmante el crecimiento exponencial de discursos y de expresiones sostienen un combate (en algunos casos con connotaciones espirituales) entre “buenos” y “malos” “ineficientes” y “vagos”; “emprendedores” y “asistidos”, descalificando a los adversarios y prometiendo su eliminación.
Para quienes apoyan estos discursos y propuestas, quizás sean oportunas las palabras de nuestro Señor Jesucristo que enseñaba diciendo: “También han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: amen a sus enemigos y oren por quienes losnpersiguen. Así ustedes serán hijos de su Padre que está en el cielo; pues Él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mateo 5:43-45).
Estimados hermanos, estimadas hermanas: son tiempos delicados que exigen responsabilidad y empatía con los dolores de este mundo. La libertad que hemos recibido por medio de Cristo debemos ejercerla para cumplir el mandamiento del amor (Gálatas 5:13).
Pongamos nuestra mirada en Jesús y confiemos en su promesa. Él nos dijo: “Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo tendréis aflicción, pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Que el Espíritu Santo de vida y verdad nos guíe en este tiempo por caminos rectos haciendo honor a su nombre. Amén.
Federación Argentina de Iglesias Evangélicas
Pastoral Social Evangélica
Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos