Inicio esta jornada de palabras intentando, de alguna forma, trazar el vínculo a algunos elementos de la Reforma protestante luterana, conciente de otras reformas hacia dentro de la iglesia que surgieron mucho antes de las noventa y cinco tesis de Lutero. Esos contextos son completamente diferentes al de mis últimos veinticinco años, desde que mi conciencia y contextualización del legado luterano se nutre.
Cruz, germen de vida en comunión
Un motivo fundante vinculado a los principios de la Reforma es el ontológico, es decir, mi coexistencia en el cuerpo de Cristo y el sentido de esa unión. El “participar de todos los bienes de Cristo” (Tesis 34 Lutero) resulta de la invitación iniciada por Dios. Como en la Trinidad, Dios actúa revelándose y relacionándose con su creación. La clave deinterpretación de la auto-revelación es la cruz, un evento preñado de amor. En la cruz Dios se acerca gratuitamente al ser humano restableciendo relaciones mediadas únicamente por la fe. En la cruz Dios da a conocer su iniciativa salvífica. Dios se revela cargando los diversos dolores del mundo mano a mano con las personas que lo sufren.
La cruz no es un evento del pasado ni de Viernes Santo, sino del presente y del futuro (aquí su sentido escatológico de la promesa esperada). Dios resucitado siempre se encarga del sufrimiento de cada persona y comunidad. Mediante la cruz, Dios revela su concreta solidaridad, locura que se torna en poder (1 Corintios 1,18). Pero la cruz promueve esperanza a la luz del resucitado, lo que compromete a servir y afirma la vida en comunión.
“Otro poder” que desafía relaciones
Conocer el aspecto relacional de Dios, como alguien que se acerca en profunda solidaridad, me ha permitido vivenciar su presencia en tiempos de dificultad y alegría. Este darme cuenta es discernimiento doble y continuo: saber acerca de Cristo y poseer el modo de pensar de Cristo
(1 Corintios 2,16) lo que no es otra cosa que la justicia divina. Dios revelándose y dejándose conocer desde la cruz en mi realidad. En la condición quebrada de cada ser humano, Dios se revela abriendo los ojos de cada persona -a la vez justa y pecadora- y revelando una condición, el amar y el actuar poniendo en práctica aquel amor incondicional que nos encuentra.
De esta forma, otro Dios se revela. Uno diferente del que fui enseñada, que procuraba reinar desde fuera de mi realidad y su autoridad alegaba mi triste dualidad de buena o mala. Es un Dios completamente diferente de las modernas indulgencias que mantienen el infierno de luchar por
alcanzar, a través de muchos actos inalcanzables, la salvación o ser castigada. Este Dios me habla de ¡la salvación por fe! (Romanos 1,17) y su gratuidad.
La bendición de convivir con Dios en la cotidianidad, caminando paso a paso con cada persona, sintiendo sus deseos, anhelos y dolores, soñando y luchando por ideales de un mundo diferente e intentando que sean posibles, es liberación. En este Dios encarnado y más humano aprendo a
amar, aunque a zancadas y resbalones, conciente de que su presencia afirma la importancia de volver a comenzar.
El recomenzar es oportunidad para poner en práctica lo aprendido y vivir con cada persona que encuentro la oportunidad de ver en ellas la imagen de Dios y a través de ellas nutrirme de esa imagen. Esta revelación es continua y me desafía a estar atenta a una descubrir que se trata de un acto escandalosamente bendito.
La aceptación, practicada únicamente en comunidad y afirmada en la comunión, es un aspecto importante en la justicia divina. La relación con Dios se refleja radicalmente en la aceptación diaria de nuestros semejantes, completa y radicalmente diferentes a uno. El acogernos unos a otros (Romanos 15,7) está en la raíz de esa relacionalidad que la cruz revela. Por esto, la cruz invita a conocer (subjetivo) el amor de Dios lo cual requiere practicarlo (objetivo). Ambos son elementos inseparables que la teología de la reforma ha contribuido a mi fe.
Re-vivir en/la fe
Con Lutero aprendemos que la teología (los credos, el hablar sobre Dios) sólo se puede hacer real en el contexto de la fe. La relevancia de la fe es inestimable pero su límite salta cuando no se la vincula a los desafíos contextuales. Lutero intentó responder a los desafíos de su tiempo.
Por ejemplo, con la caja promovió la práctica de la solidaridad. La pobreza de su tiempo no se pudo superar, pero dio inicio a lo que hoy practicamos como solidaridad. Por otro lado, mediante la Ley y el Evangelio en Lutero se profundiza el mandamiento del amor desde la situación y
miseria del ser humano.
Hoy, nutrida de las Teologías Latinoamericanas de la Liberación, aprendo que la fe se evidencia tercamente en medio de realidades contextuales desafiantes donde se asume el desafío de re-articularla y vivir la fe aun en los límites de las relaciones, uniendo las manos con quienes no forman parte del círculo de aceptación pero sí de la cruz, donde el encuentro con Dios llega a ser más rico y gratificante.
Como toda realidad, es desafiada social, financiera, estructural, política, religiosa y culturalmente; esas provocaciones parecieran asfixiar la esperanza de promover sociedades diferentes donde la cruz ofrece un espacio de relación. La presencia de Dios continúa provocando a estructuras y autoridades a un cambio y a la participación en la creación de comunidades más abiertas, respetuosas y participativas. Esto no es nuevo, lo novedoso es cómo vivir y articular la fe en medio de esos desafíos, incluso sabiendo que hablar de fe u orar suena anticuado.
Con esto llego a un tema fundamental luterano, la oración y la consagración en tensión con la realidad: aceptar ser parte de una comunidad justa y pecadora. Este concepto luterano es esencial para articular realidades donde la Gracia –por la acción del Espíritu divino- viene al encuentro como oportunidad de repensarla y redescubrir su sentido.
Este regalo lo conecto a mi herencia relacional andina. El profundo respeto y el intento por cuidar los dones otorgados, por ser regalos, implican el desafío de responder con humildad y administrar bien lo que se me ha encargado. Esto es ser testigo de fe -tema relevante luterano- para vivir mi ciudadanía evidenciando el profundo y concreto quehacer de amar.
El concepto de servir-amar ha nutrido la tarea profética de algunas iglesias al abrazar y responder a realidades desafiantes (personales y de la comunidad) llevándolas incluso a sentir dolor y tristeza, pero sin quedarse paralizadas por ellas.
Esas realidades van permitiendo tomar conciencia de las pérdidas, de las dificultades y, sin embargo, con una lectura de fe, ellas son leídas como oportunidades de cambio. A partir de las realidades desafiantes se potencia el amor comprometido. Ello promueve la oración, anunciar la Palabra que revela servicio y denuncia situaciones de injusticia. El anuncio de la Palabra conlleva la espiritualidad de predicar y actuar. Esta tarea tiene lugar sólo en tanto sigamos a Dios, quien se expuso radicalmente, tomando forma humana para redimir al ser humano. Pero no es cualquier fe, sino una fe activa en el amor que, incluso, lleva a exponer y revelar los dramas de otros poderes nada liberadores. Es una fe que ofrece, para algunas personas, alternativas escandalosas porque se pone del lado de lo que parece irracional y no ignora la necesidad de la resurrección y su sentido para hoy.
Rev. Dra. Patricia Cuyatti
Secretaria para América Latina y el Caribe
Federación Luterana Mundial
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