Y vio Dios que la luz era buena.
Génesis 1, 4a.-
Por muchos años fui catequista y lo sigo siendo. Hace poco, una persona que solía concurrir al culto infantil cuando era niña, me recordó una actividad que realizábamos en esa época y me sugirió que la volvamos a hacer para que su hija la pueda experimentar. Fue en tiempo de adviento. Habíamos confeccionado farolitos y una noche paseamos por el patio de la iglesia habiendo apagado todas las otras luces. Los niños recorrieron el predio con sus velitas encendidas; fue algo que les impactó y recordaron por mucho tiempo.
La luz es buena. Dios nos regaló la luz. Para que veamos nuestro camino, que apreciemos lo que nos rodea, para ver la creación de Dios, sus formas y colores.
No nos podemos imaginar un mundo sumido en la oscuridad total: hasta la noche más oscura tiene la promesa del amanecer. Pero es justamente cuando está más oscuro que valoramos más la luz.
En nuestra vida también tenemos tiempos de oscuridad, en los que parece no haber nada que la ilumine y le dé un poco de alegría. Son esos momentos los que nos pueden hacer apreciar y valorar el consuelo o el aliento de la Palabra de Dios a todos los que creemos en Él.
“En la Escritura encontramos luz para nuestro camino, nos guía por donde andamos para marcar el destino. En la Biblia hallamos manantial de vida, fuente que ilumina, que da alimento, tu Palabra llama al que está en tinieblas, y al ser predicada no vuelve vacía”. (Canto y Fe N° 432)
Beatriz Gunzelmann