Y el Señor le dijo: –Voy a hacer algo en Israel que hasta los oídos le dolerán a todo el que lo oiga. Ese día, sin falta, cumpliré a Elí todo lo que le he dicho respecto a su familia. Le he anunciado que voy a castigar a los suyos para siempre, por la maldad que él ya sabe; pues sus hijos me han maldecido y él no los ha reprendido.
1 Samuel 3, 11-13
Aunque nos gusta recordar las promesas del Señor, cantar de su amor y misericordia, la esperanza para los perdidos, no podemos obviar que es también Juez. Su paciencia, aunque asombrosamente extensa, tiene un límite y sus veredictos son inapelables.
Este trágico pasaje nos da cuenta de esto. El temor a Dios es parte de la experiencia cristiana: …Teman a Dios y denle alabanza, pues ya llegó la hora en que él ha de juzgar… Apocalipsis 14.7
A veces, como este lamentable caso, el ser humano confunde paciencia con olvido. Los hijos de Elí eran sacerdotes y, entre otras maldades, acostumbraban a entrar al templo para quitarle las ofrendas a quienes las traían y para abusar de las mujeres que se acercaban.
Un día vieron un costillar tierno. Lo tomaron y no pasó nada. Otro día, entró una chica atractiva. Usaron su condición de sacerdotes para confundirla y presionarla a hacerles favores sexuales y no pasó nada. Entonces, se envalentonaron y organizaron el “negocio”. Ante las quejas, Elí se vio forzado a llamarles la atención. Ellos no le hicieron caso, él vio que no pasaba nada y se resignó…
Hasta que un día la paciencia de Dios llegó al límite y dictó sentencia para todos
Daniel Angel Leyría