Jueves 11 de mayo

Siendo pues descendientes de Dios, no debemos pensar que Dios sea como las imágenes de oro, plata o piedra que los hombres hacen según su propia imaginación.
Hechos 17,29

Predicar el Evangelio exige convencimiento y capacidad de escucha. El apóstol Pablo en Atenas se ve desafiado en los dos sentidos. “Mientras esperaba a Silas y Timoteo se indignó mucho al ver que la ciudad estaba llena de ídolos. Por eso discutía en la sinagoga con los judíos y con otros que adoraban a Dios, y cada día discutía igualmente en la plaza con los que allí se reunían. También algunos filósofos epicúreos y estoicos comenzaron a discutir con él”. (17:2)
Discutir no puede reducirse a repetir tozudamente un discurso con oídos cerrados ni ser complaciente con todo lo que se oye. Exige convencimiento y capacidad de escucha. Exige la humildad de que lo que tenemos por conocer es mucho más que lo que conocemos. Incluso de reconocer que a veces es necesario corregir lo que conocemos. La diversidad no es cuestión moderna, sólo no aparece cuando se la impide.
El discurso de Pablo en el Areópago tiene esos dos elementos: convencimiento y capacidad de escucha. Apela a no reducir la inmensidad de Dios al tamaño de nuestro entendimiento; a no fabricar un dios a nuestra imagen y semejanza, tentación de todos los tiempos. Su llamado es a estar en sus manos y no él en las nuestras, a buscar nuestro camino en su palabra y no hacer de las nuestras la suya. Sin duda el llamado es para aquellos que contendían con él, pero lo era también para él mismo.
Nuestro convencimiento no puede cerrarnos los oídos. Dios es siempre lo totalmente otro, el norte de una búsqueda siempre abierta. Ver y oír es parte de ella.
Hechos 17,26-31
Oscar Geymonat

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