Entonces el Señor cambió de parecer y ya no le hizo daño a su pueblo.
Éxodo 32,14
Todos conocemos esa sensación de enojo: el pulso se acelera, la sangre sube a la cabeza y, sobre todo, la respiración se acelera. Por eso, el control de la ira está principalmente relacionado con el control de la respiración para calmar el sistema nervioso.
De hecho, la traducción “el Señor cambió de parecer” se refiere a esto exactamente. Literalmente, dice que el Señor se tranquilizó mediante un suspiro profundo. Ese suspiro debe haber sido muy profundo, dado que su ira era enorme: el pueblo, a quien acababa de liberar de la esclavitud por amor y misericordia, agradeció y honró a un ídolo de oro fundido, hecho a imagen de los dioses de sus antiguos explotadores y opresores.
Es como adoptar a un niño, que después de recibir un hogar, educación, seguridad y cariño, comienza a escaparse de casa para volver al hogar de tránsito. Es como una puñalada al corazón. Y no solo duele, sino que también provoca enojo. Y mucho.
¿Cuánto más habrá dolido y enfadado esa ofensa al honor del creador del Universo y al amor de ese Dios Soberano que se conmovió profundamente por el dolor de un pueblo olvidado de esclavos?
Pero Dios es de muy largo aliento y paciente; en hebreo se diría que Dios tiene una muy larga nariz. Y ese suspiro, con el cual calmó su ira, fue tan profundo que duró más de un siglo y terminó recién allí en la cruz de Jesús. Con el último suspiro del Salvador del mundo, Dios se reconcilió perfectamente con todo este mundo, marcado por tanto dolor a causa del pecado humano.
Es por eso, que te invito a que todo tu ser bendiga el Santo Nombre del Señor porque “Él es misericordioso y clemente; es lento para la ira, y grande en misericordia” (Salmo 103,8).
Michael Nachtrab