Balaam les respondió: “Aunque Balac me diera todo el oro y la plata que caben en su palacio, yo no podría hacer nada, ni grande ni pequeño, que fuera contra las órdenes de Dios”.
Números 22,18
El poder, como también el dinero y las riquezas, fueron siempre tentadores para las personas e instituciones, incluso cristianas. De esta fascinación no están exentos los dirigentes, ministros y predicadores de las iglesias.
El texto de Números cuenta que el rey Balac mandó ancianos de Moab y Madián con dinero para pagar al profeta Balaam para que maldijera a los israelitas.
En la época de la Reforma, en el siglo XVI, la Iglesia vendía indulgencias a cambio del perdón de Dios, e imponía sacrificios, pagos y donaciones como medios para obtener la salvación.
Hoy en día, algunos movimientos religiosos, ávidos de obtener dinero, lucran con personas que sufren alguna enfermedad o tienen problemas familiares, laborales o en su negocio. En su desesperación y fragilidad esperan un milagro inminente. Dichos movimientos religiosos les prometen prosperidad económica, bienestar físico y material y paz espiritual en nombre de Dios.
En 1 Timoteo 6 leemos de la existencia de “gente… que toma la religión por una fuente de riqueza. Y claro está que la religión es una fuente de gran riqueza, pero sólo para el que se contenta con lo que tiene… Porque el amor al dinero es raíz de todos los males; y hay quienes, por codicia, se han desviado de la fe y se han causado terribles sufrimientos.” (1 Timoteo 6,5-6.10)
Que Dios nos dé la firmeza de Balaam, quien no se dejó seducir por el dinero de Balac y prometió escuchar sólo a Dios y serle fiel.
Riquezas vanas no anhelo, Señor, ni el hueco halago de la adulación; tú eres mi herencia, tú mi porción, rey de los cielos, tesoro mejor. (Canto y Fe Nº 310)
Bernardo Raúl Spretz
Números 22,1-20