El primer día de la semana nos reunimos para partir el pan, y Pablo estuvo hablando a los creyentes. Como tenía que salir al día siguiente, prolongó su discurso hasta la medianoche.
Hechos 20,7
Desde que el Resucitado se ha cruzado en el camino de Pablo, camino a Damasco, pareciera que éste no puede dejar de pensar en ello y en lo que dicho acontecimiento ha significado para su vida. Ha sido marcado. Tan profundo ha sido el cambio producido, la transformación obrada, que, habiendo percibido y comprendido tamaña hondura, sabe que no puede dejar de testimoniarla. Una y otra vez sus pasos lo encaminan al compromiso adquirido de proclamar a los cuatro vientos el milagro de la fe obrado en su corazón. Y, al igual que los profetas y mensajeros de antaño, se enciende cual lumbrera en la palabra conjugada. Lo hace el primer día de la semana, continuando con la tradición de las comunidades por aquel entonces en formación. Lo hace en reunión y comunión, partiendo y compartiendo el pan, el material sí, pero, también el pan espiritual que brota en su vida comprometida. Su viaje debe continuar, sus pasos lo llevarán a la consecución de la tarea, pero, ¡tiene tanto por decir! Tanto que prolonga su discurso. Y, entre el pan partido y compartido, se levanta el mensaje de la cruz, ¡buena nueva! Vida partida y compartida de Jesús, Evangelio vivo y vívido, entrega al mundo. Y Pablo, que ha sentido sobre sí tanta dicha, sabe que no puede ni debe callarse sino, por el contrario, darla a conocer. Después de todo, el milagro obrado de su vida transformada hay que gritarlo. ¡Todos deben conocer a Cristo!
David Juan Cirigliano
Hechos 20,1-16