“¿Entiende usted lo que está leyendo?” El etíope le contestó: “¿Cómo lo voy a entender, si no hay quien me lo explique?”

Hechos 8,30-31

La lectura de la Biblia para muchas personas ya no es una prioridad, y sus palabras resultan vacías y lejanas a su realidad.

La historia del libro de los Hechos cuenta acerca de un etíope que, por el contrario, está en la búsqueda. En primer lugar, haciendo el largo viaje a Jerusalén para adorar a Dios, y luego, en el camino a su casa, leyendo el libro de Isaías.

Me hace acordar a algunos niños de catequesis, cuando sus padres no son frecuentadores de la vida de la congregación. Los chiquitos están ávidos por conocer historias bíblicas, son como esponjas que todo lo absorben, escuchan e integran, porque una catequista les hizo entender lo que leían, les explicó la buena noticia acerca de Jesús (v.35).

Este rol de contadores de historias es el nuestro. Somos responsables de contar y explicar las historias de la Biblia, como juglares de paz que Dios utiliza ante el descreimiento de la gente.

Todos recordamos al profesor que “explicaba bien”, apreciamos al médico que “nos explica con palabras fáciles” la enfermedad que padecemos. Es porque nuestro entendimiento se abre y nos permite tomar la decisión correcta.

El etíope y Felipe, protagonistas de hoy, tenían apertura y disposición de corazón para ver y escucharse mutuamente. En el proceso de enseñar y aprender son imprescindibles un explicador y un receptor sensibles, dispuestos a escuchar las preguntas y respuestas desde ambos lados, partiendo desde la realidad y la necesidad. Esto dará sus frutos.

Somos responsables de dar testimonio de nuestra fe. El primer ámbito para ello es nuestro hogar. Cuando algún día sus hijos les pregunten… ustedes les responderán… (Deuteronomio 6,20-21)

Es mi deseo que podamos ser los Felipes para quienes hoy estén ávidos de aprender para tomar las mejores decisiones en los temas de la fe.

Patricia Haydée Yung

Hechos 8,26-40

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