Al irme les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo. No se angustien ni tengan miedo.
Juan 14,27
No, Señor, ¡no te vayas!
¡No nos dejes solos!
¡Nos angustia tanto la tarea!
Tenemos miedo
de lo que nos rodea
miedo de la soledad
en la que tú nos dejas,
miedo del desatino,
de la indiferencia,
miedo de la nada y del todo,
miedo de seguir el camino
que señalas.
Tú nos invitas a caminar, Señor,
pero el miedo nos paraliza,
nos intimida,
convulsiona nuestras vidas.
Porque cada día nos parece
una batalla, una guerra de egoísmos, una era de individualismos y silencio.
Tenemos miedo, Señor,
y te sentimos ausente,
te sentimos lejos.
Y en medio de nuestras
dudas y temores
en medio de tantos miedos
que nos cercan
Tú nos dejas la paz, ¡tu paz!
Desciendes en medio nuestro
para apaciguar nuestros miedos
para quitar de nuestras vidas
la cobardía,
para enfrentar con ánimo
la adversidad que impera
para hacer posible
el testimonio y compromiso.
En medio de las dudas,
a pesar de los temores
se levanta la paz, ¡tu paz!
No la paz del mundo,
paz que es extorsiva,
coercitiva, paz dañina,
corporativa y conspirativa.
No la paz impuesta por la fuerza,
puño cerrado, mirada violenta.
Paz ausencia de guerra.
Tu paz es mano extendida
mirada franca, sincera,
abrazo generoso, palabra afectuosa, espíritu fraterno.
Paz que anima y reanima
que sostiene el paso y lo permite
que extiende lazos
y le da sentido al sinsentido.
Paz que es diálogo fecundo
escucha atenta, mente abierta,
ausencia de dolencias
corazón dado y ofrecido
paz respetuosa
divina misericordia
anticipo del reino
reino eterno
verdadero.
David Juan Cirigliano
Juan 14,27-31