¡Pobre del pastor inútil que abandona el rebaño! ¡La espada caiga sobre su brazo y sobre su ojo derecho! ¡Que su brazo se seque por completo y que su ojo derecho se apague totalmente!
Zacarías 11,17
Zacarías nos infunde aliento, nos invita a creer y confiar en ese rey humilde y justo, en Jesús. Hoy la palabra del profeta tiene otra tónica: el juicio.
El pastoreo -el cuidado del rebaño tanto de las amenazas de las alimañas como de las heridas que ellas mismas se provocan, de guiar a lugares de pastos nutritivos- es una tarea agotadora y muchas veces ingrata. El que heredó la profesión, o la buscó por vocación tiene su vida puesta en la tarea; por otro lado, están los que ven el negocio, la producción, la venta, el uso del rebaño como fuente de enriquecimiento y el eventual abandono del rebaño.
Todos nosotros somos, de una manera más o menos clara, pastores de otros: Como padres tenemos el pequeño rebaño de los hijos e hijas, los docentes en relación a sus alumnos, el médico en relación a sus pacientes, el dueño de una empresa en relación a sus trabajadores, los pastores (de las iglesias) en relación a su feligresía.
Y más aún. Las autoridades que se proponen como candidatos y luego son electos, llegan a ser buenos o malos pastores respecto a la administración y la honestidad de su gobierno. Los jueces y fiscales; los abogados en quienes la gente confía y pide por justicia…
Amar el rebaño es ejercer con responsabilidad, paciencia, guía y cuidado de los que nos son encargados. El juicio de Dios es implacable en relación al que abandona la tarea. Es interesante que Dios no los mate, sino que los lesiona, mancos y tuertos quedarán.
¿Estamos cumpliendo responsablemente con la tarea que se nos ha encomendado? Dios nos aliente, anime e ilumine en la tarea para no abandonar nuestros rebaños. Amén.
Atilio Hunzicker
Zacarías 11,4-17