Todo esto es la obra de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el encargo de anunciar la reconciliación.

2 Corintios 5,18

Dios reconcilió al mundo consigo por medio de Cristo.

En la cruz, con la muerte de su Hijo, Dios nos dio la prueba suprema de su amor. Esta es la verdad fundamental de nuestra fe. Nuestro mundo tiene necesidad de este anuncio. Dios, en Cristo Jesús está cercano y nos ama incondicionalmente como sus hijas e hijos.

Esta fe en el amor de Dios no puede quedar encerrada en nuestro interior. Dios nos dio el encargo de llevar a otros a reconciliarse con Él, confiando a cada uno de nosotros la gran responsabilidad de dar testimonio de ese Amor.

Todo nuestro comportamiento tendría que hacer creíble esta verdad que anunciamos. Y esto es urgente dentro de nuestras comunidades: familias, grupos, amigos, vecinos, barrios, iglesias…

Es decir, estamos llamados a superar todas las barreras que se opongan a la reconciliación con Dios y entre las personas.

Y debemos hacerlo en nombre de Cristo. Es decir, sirviendo y amando como él, sin cerrazones ni prejuicios, sino abiertos para apreciar los va-lores positivos de nuestro prójimo, dispuestos a dar la vida unos por otros. Éste es el mandamiento por excelencia de Jesús, el distintivo de los cristianos, válido aún hoy como en los tiempos de los primeros seguidores de Cristo. Vivir esta palabra significa convertirnos en reconciliadores.

De esta forma, si nuestros gestos, nuestras palabras, nuestras actitudes están impregnados de amor, serán como los de Jesús. Seremos como él, portadores de alegría y de esperanza, de concordia y de paz, es decir, de aquel mundo reconciliado con Dios que toda la creación espera. Amén.

Julio Strauch

2 Corintios 5,11-21

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