Pero el Señor le contestó: “¿Te parece bien enojarte así?”

Jonás 4,4

Jonás había recibido de Dios un mandato: anunciarle al enemigo que si no se convierte a Dios, su ciudad será destruida. Pero Jonás, ya sea por miedo a Dios, al enemigo, o a sí mismo, huye. Finalmente, después de varias peripecias, entre las que esta la conocida historia en la que un pez se lo traga, accede a cumplir su mandato y, ¡logra el objetivo!
Y finalmente Dios perdona al pueblo porque se volvió a él.
Y Jonás se enoja porque Dios los perdona. ¿Será que Jonás se enoja porque creía que Dios debía castigar al pueblo? ¿Será que nosotros tenemos más autoridad que Dios para opinar sobre quien debe ser castigado y quien debe recibir la misericordia de Dios?
El enojo va de la mano de la incapacidad de perdonar. Perdonar es soltar, dejar ir. Si no soltamos, estamos atados a eso que sujetamos con fuerza. Y ese enojo, por la falta de perdón, nos perjudica, nos repercute en nuestra personalidad, nos enferma… o sea somos nosotros los que al no perdonar nos perjudicamos. Y hasta capaz que el otro, objeto de mi rencor, ni se enteró o ni se dio cuenta del daño que nos hizo.
Hace un par de semanas, en un estudio bíblico sobre este texto surgió la pregunta: ¿Estás dispuesto a perdonar, así como fuiste perdonado por Dios?
En el padrenuestro, oración que aprendimos a orar de Jesús y la rezamos casi a diario, dice: “perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” (En la versión Dios Habla Hoy dice: “hemos perdonado”, condición previa para pedir perdón.) ¿Somos sinceros en esa oración?
El texto de hoy nos invita a reflexionar acerca de esa misericordia y perdón de Dios… perdona si quieres sanar tu alma y saborear la misericordia de Dios.

Pablo Münter

Jonás 4,1-11

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print